Ojos de Mar (texto y animatic)
#1
Vicente Olea, o “Vicho” para los amigos, se había pasado los últimos años montado en una inmensa ola que el resto era incapaz de domar. Por eso, tenía el derecho de mirarlos a todos desde arriba, reclamar lo que quisiera y dejar eso de la humildad para otros de menor valor y valía. Encima de las olas, no había nadie como él. Desde la arena los espectadores contemplaban atónitos cada una de sus arriesgadas maniobras sobre la tabla de surf, unas que probaban al máximo su equilibrio y ductilidad. Siempre resultaba vencedor. Nunca se caía.
Cuando dejaba las olas del mar, una ola de aplausos lo recibía en tierra. Y él, con su melena dorada y metro noventa de estatura, se sentía como un Aquiles contemporáneo, volviendo a casa luego de someter un nuevo reino y presto a disfrutar de los placeres que le brindarían propios y extraños como recompensa por sus hazañas. 
Hasta ese fatídico día.
Una competencia sencilla. Ninguno de sus rivales parecía a su altura. Tanto así que, desligándose de cualquier precaución propia del deportista, el día anterior se lo había pasado festejando en compañía de la bella dama de turno, y la dosis de paracetamol no había podido del todo suprimir su resaca.
No obstante, ni aun hirviendo de fiebre perdería con tipos como esos, pensó mientras observaba a uno de sus contrincantes montar de manera penosa una ola que para él supondría apenas un esfuerzo básico.
- Mi turno – dijo Vicho Olea, encaminándose hacia las aguas con la confianza de quien se sabía ya ganador. Los aplausos acompañaron su parsimoniosa caminata, de rostros efusivos salvo los de sus rivales, que anticipándose a su humillación mostraban un semblante abatido.
Pronto ya se había arrimado a una ola salvaje y yacía totalmente concentrado en deslumbrar a los espectadores con su avasallador talento. Surfeó como nadie ese día. Ninguno ola pudo con él otra vez. Por más violentas que fueran, él era capaz de someterlas.
Sonrío mientras gozaba del mejor panorama que conocía, las aguas en velocidad, las olas conduciéndolo, fugaces reflejos de luz atravesando su agitado campo.
Se sentía como un rey.
Hasta que algo lo agarró un pie. Un fuerte tirón que lo arrancó de su tabla. Vicho Olea cayó.
Desacostumbrado a perder el equilibrio de forma tan brusca, en lugar de patalear cuando la corriente lo arrastró hacia el fondo, lo invadió una sensación de desconcierto que le dejó paralizado.
Entonces, cuando se disponía a nadar para retornar humillado a la superficie, le volvieron a agarrar el pie.
Aterrado, miró hacia abajo.
Ojos azules. Ojos de mar.
La criatura que los portaba tenía una piel negruzca resbalosa y repleta de manchones, protuberancias y escamas. La mano que le sostenía el pie tenía unas garras negras que se le incrustaron en la carne cuando puso resistencia. Dos enormes colmillos le sobresalían de la boca.
Vicho gritó, pero el mar ahogó el sonido.
Se batió con terror, intentando escaparse del agarre de la criatura. Las uñas se le incrustaron con fuerza, y el dolor acompañó al miedo en su siguiente grito. ´
Lo arrastró hacia el fondo. Muy al fondo.
Tal como pasó con su grito, las aguas marinas disimularon sus lágrimas y las borraron de su rostro angustiado.
El rey había caído.
El oxígeno se acababa.
Su instinto de supervivencia empezó a ceder.
Todo empezó a ponerse oscuro.
Nadie le estaba aplaudiendo.
El mundo se calló.
Tres horas después, lo encontraron tirado en el otro extremo de la playa. Increíblemente, estaba vivo. 
Despertó dos días después, envuelto entre las sábanas de un hospital, conectado a un suero y en compañía de un jarrón con coloridas flores que había sobre la mesita blanca de al lado.
Tardó cerca de cinco minutos en recordar el incidente que lo había llevado, probablemente, a la situación en la que estaba. Rememorando con temor la escena, llamó a gritos a la enfermera o quien fuera que estuviera de servicio en ese momento. No quería estar solo. Era una locura quedarse solo después de vivir tal cosa. Eran unos desconsiderados quienes lo dejaron allí expuesto a un segundo ataque de esa criatura.
El enfermero encargado llegó y Vicho le rogó que no le dejara solo y llamaran a su familia inmediatamente.
Para cuando estos llegaron, Vicho lloraba como un bebé abrazado al enfermero, que hubo de abandonar sus otras obligaciones para hacerle compañía hasta que los familiares arribasen a la sala.
Nunca se recuperó. El miedo se quedó con él.
En tres años, jamás volvió a poner un pie en la playa. Menos aún sobre una tabla de surf.
- No te duermas, Vicho. Pégate otra línea y vámonos de fiesta a la casa del Guatón – intentó persuadirlo su amigo Pipe, acercándole a la nariz una bolsita rellena con una sustancia blanca. Vicho se lo sacó de encima, le dijo que se fuera y prefirió seguir descansando sobre la cama en la que estaba, ¿de quién era esa habitación? Ni eso. ¿De quién era la casa en la estaba? Toda esa información se le había borrado de la cabeza tras el décimo cortito de tequila y las incontables botellas de cerveza. 
- Qué eres flojo, Vicho. Deja de ser tan flojo – le dijo el Pipe.
- Déjame tranquilo – contestó él.
Su amigo le hizo caso, y tuvo el buen gesto de apagarle la luz antes de dejar su habitación.
El miedo del incidente seguía con él, pero con los años, había vuelto a apreciar la soledad. La soledad no le hacía preguntas. No le pedía que volviera a ser el mismo de hace tres años. La soledad era comprensiva.
Lo que Vicho no sabía, aquella noche, es que algo estaba por ocurrirle. Algo que le haría volver a detestar la soledad, y por sobre todas las cosas, volver a temerle.
No lo recordaría al despertar, pero esa noche, Vicho Olea soñó con unos ojos azules bajo el mar. Unos ojos de mar.

CONTINUACIÓN....Ojos de Mar capitulo 1 (animatic)


 
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#2
Muy buena historia, me dejó con ganas de ver la continuación que por cierto con todo el chilenismo que tiene ese video de youtube le hizo perder bastante lo terrorífico. Me quedo con esta primera parte.
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