15-06-2013, 08:16 PM
Bueno, he querido estrenarme en el foro con un historia corta :) espero que os guste.
—¿Está listo el quirófano? —Fue la voz de uno de los enfermeros la que me hizo volver en mí. Supongo que no fue la voz más hermosa del mundo, ni las palabras que deseaba oír.
Miré alrededor, todo estaba borroso pero pude ver a los médicos que se preparaban para operar. Siempre había oído que verte en una camilla daba miedo...pero creo que me sentí aliviada.
—¿Qué tenemos?—Miré hacia el doctor. Apenas pude verle la cara antes de que se la tapara con una mascarilla.
—Mujer, dieciocho años. Accidente de tráfico, tres costillas rotas y perforación en el abdomen.
¿Se referían a mi? Era extraño, porque no sentía nada. Una enfermera me sonrió y me colocó una mascarilla con un tubo. Miré hacia la salida a la sala de espera, ahí fue cuando lo vi por primera vez.
En las historias te cuentan que cuando le ves, tu corazón da un vuelco. Pero supongo que no fue así. Simplemente le vi. No vestía de verde como el resto de médicos, sino con un traje. Aunque no llevaba corbata y la camiseta estaba desabrochada hasta el pecho. Él también me vio, de eso ahora estoy segura. ¿Sintió lo que se siente en los cuentos de hadas? Nunca se lo pregunté. Mi cabeza dejó de pensar de pronto y me sumí en la oscuridad.
Cuando desperté me dolía la garganta y mis ojos estaban lacrimosos. Al principio no noté mi cuerpo, como si solo existiera mi cabeza que miraba de un lado a otro de la habitación. Ahí volví a verle de nuevo. Me miró a los ojos, eran los ojos más extraños que había visto nunca, tenían algo que no era normal. Su piel era muy pálida y su cabello rubio platino. Era hermoso. Sentí vergüenza, como cualquier chica con una camisola de hospital plantada en una cama. ¿Estaré guapa? ¿Tendré el pelo arreglado?
—¿Quién eres?—Conseguí entonar. Él solo me miró con el ceño fruncido y las manos en el bolsillo de los pantalones negros pinzados.
—¿Lucy?—Preguntó con extrañeza. Yo conseguí asentir. Sacó del bolsillo una libreta y una pluma estilográfica y comenzó a escribir. —¿Preparada?—Cerró la libreta y se la volvió a meter en el bolsillo.—Vamos, levantate.—Me ordenó.
Primero me sentí confusa, pensé que era algún enfermero que venía a ver como me encontraba antes de acabar su turno y marcharse. Después pensé que se trataba de alguno de los payasos que el hospital contrataba para los niños y si era así, no tenía mucha gracia.
—Lo siento, no puedo.—Me disculpé.—Me acaban de operar. ¿Eres amigo de mis padres?
El chico no me contestó, me dio la espalda y se sentó en una de las butacas que preparaban para los acompañantes. Cruzó los brazos y las piernas y cerró los ojos. No puedo decir cuanto tiempo pasó ahí, pero yo poco a poco comencé a poder mover partes de mi cuerpo, aunque al poco me quedé dormida.
Cuando desperté, miré por toda la habitación, el chico rubio seguía sentado con la misma postura, quizás llevara durmiendo todo este rato. Intenté poner orden en mi cabeza, recordaba el accidente...bueno, no exactamente. Pero sabía que habíamos chocado con un coche cuando íbamos a celebrar el ascenso de mi padre.
—Oye...¿Has visto a mis padres? ¿Podrías avisar a la enfermera? Quiero que sepan que estoy aquí.—El chico volvió a ignorarme. Es más, ni abrió los ojos. Fruncí el ceño y traté de incorporarme. Conseguí llegar hasta la alarma para avisar a algún enfermero. Reparé de nuevo en mi acompañante. Sin duda iba vestido de una forma que no era la apropiada para ir a ver a alguien al hospital. Además, como mucho tendría veinte años. Era muy alto, ¿Cómo decirlo? Esbelto.
Sin darme cuenta apareció la Enfermera, que me ayudó a levantar un poco el respaldo de la cama. El chico abrió los ojos de pronto, desconcertado.
—Perdona.—Le dije a la chica.—Creo que este chico busca a alguien y me ha confundido con otra persona. ¿Podéis ayudarlo?—La enfermera miró en dirección a la butaca y después me volvió a mirar.
—¿Cómo?—Preguntó extrañada. Se lo volví a explicar mientras el muchacho rubio me miraba con los ojos abiertos de par en par y la enfermera con una expresión aun peor.—Será mejor que descanses. No hay nadie ahí.
A estas alturas pensareis cualquier cosa de mí. Yo también lo pensé. La sensación de creer que ves algo cuando te dicen que no es cierto es de las peores que he vivido, incluido el accidente de coche, que podría considerarla como la peor de todas. La enfermera se marchó después de ponerme una especie de sedante que me hizo dormir durante bastante tiempo. Deseé que cuando despertara, el chico hubiera desaparecido y mi madre y mi padre se encontraran sentados en esa butaca. Pero podéis imaginar que cuando abrí los ojos lo volví a encontrar.
—Vete.—Le ordené. El bufó y se levantó para ponerse de nuevo a mi lado. Alargó una mano y trató de acariciarme la frente. Pero no llegué a notar sus dedos, como si pasasen a través de mí, aunque a él no le extrañó.
—Tengo trabajo, Lucy.—Me dijo con la indiferencia que le destacaba para explicarme que no podía marcharse. Lo miré con detenimiento y sin darme cuenta sonreí.
—¡Heterocromía!—Él me miró sin comprender. Yo levanté la mano y señalé uno de sus ojos.—Tienes un azul y otro verde. Me gusta.—El chico me miró extrañado, y sin saber como sonrió. Era agradable ver su sonrisa, tenía los dientes muy blancos y perfectamente colocados.—Seguro que si no fueras tan seco serías muy popular.
Lo normal hubiera sido ignorar aquel chico, pero cuando ves algo tan claro frente a ti, es algo difícil creer que no existe. Por otra parte, el sedante que llevaba en el cuerpo, me hacía carecer de sentido común y apenas distinguía lo que había a mi alrededor.
—No quiero ser popular.—Contestó desviando la mirada hacia la medicación que me inyectaban en vena. Me intentó acariciar de nuevo, pero seguí sin sentirlo y el frunció el ceño.—Lucy, debo llevarte conmigo, por eso estoy aquí. Por eso solo tú puedes verme, deberías haber muerto durante la intervención. Cuando me presento delante de alguien, sabe que va a morir y su corazón lo acepta sin temor. ¿Porqué te estás aferrando a la vida, Lucy? Llevo horas sentado, esperando a que me aceptes. Pero no lo haces.
—¿Está nevando fuera?—Él me miró con una dura expresión, yo le sonreí. Quizás, cuando sabes que vas a morir, muchos pensamientos te rondan la cabeza, ¿dolerá? ¿que pasará después? Pero lo cierto fue que no sentí nada. Simplemente porque no pensaba aceptarlo.
El chico se acercó a la ventana y me miró.
—Si.—Yo me alegré de pronto.
—¿Sabes?, me encanta la nieve y el frío. Creo que soy de las pocas personas que odia el calor y el verano. Pero, ¿qué hay mejor que jugar con la nieve, o tomarse una taza de chocolate caliente junto al fuego?
—Demos un paseo.—Me dijo con el rostro inescrutable.
—No puedo moverme. Acabo de salir de una operación.—El chico bufó y se acercó a mi lado.
—Sabes que puedes levantarte. ¿Tienes miedo de que te lleve? Tranquila, me es imposible tomar a alguien en contra de su voluntad. Solo hablaremos.—Yo me negué de nuevo.
Durante los siguientes días, como si se me estuviera pasando el efecto de los medicamentos, poco a poco comencé a sentir dolor en mi pecho. Al principio solo era una ligera molestia. Además, aquel chico siguió a mi lado y me fui acostumbrando a él. A veces era difícil darte cuenta de que estaba, ya que apenas articulaba palabra y como no era capaz de poner la televisión ni tenía nada que leer, comencé a intentar entablar conversación con él.
—¿No duermes?—El negó con la cabeza mientras se sentaba en el sillón con las piernas cruzadas. —Tampoco comes.—Esa vez ya no lo pregunté.—Yo hecho de menos la comida de mi madre. No era la mejor del mundo, muchas veces hasta la salaba demasiado. Pero la echo de menos. ¿Te ha pasado alguna vez?—Negó con la cabeza. Me di cuenta que estaba hablando como una boba ante la muerte.—¿De que suelen hablar las personas a las que visitas?
—Cuando visito a alguien, no suele tener ganas de hablar.
—Yo me sentiría mejor si habláramos.—El chico bufó.
—Me gustan los olores.—Confesó él tras un silencio.—Yo no puedo tocar a los vivos ni las cosas de este mundo por eso me gustan el olor del café recién molido, y también el del chicle.—Se dio cuenta de que comenzaba a divagar y miró al suelo avergonzado. Yo le sonreí. Quizás porque sentir que la figura más terrorífica de todas, la muerte, no era algo tan lejano y desconocido ahora.—¿Te levantas ya?—Yo volví a negarme y el resopló.
—Me gusta hablar contigo.—Le confesé.—Tienes una voz agradable.
—¿Agradable?—Dijo en un susurro. Yo asentí. De pronto entendí que su trabajo debía ser el más triste del mundo, quizás nadie le había dicho nunca nada bonito.
—Siéntate aquí.—Le pedí señalándole los pies de la cama. Él obedeció.—Cuéntame como haces tu trabajo. Yo lo único de lo que puedo hablar son de mis clases y tampoco saco buenas notas como para presumir.
—Prefiero no hablarlo. Es algo como lo de la ley de confidencialidad entre doctor y paciente. Habla mejor sobre ti.
—Vaya, eres el sueño de cualquier chica.—Bromeé. Quizás fue mi imaginación, pero en aquellos momentos creí ver como se sonrojaba. Podéis imaginar que la imagen de la muerte sonrojándose fue la más extraña que había visto jamás.
Durante los siguientes días hablamos de cosas como el tiempo, las golosinas y los animales.
—Levántate. Vamos—Me pidió un día mientras miraba por la ventana.—Está nevando, se que te gusta.—Yo no supe que contestar. Sabía que si me levantaba me llevaría con él.—Sabes que no voy a hacerte nada, Lucy. Confía en mí.—Su sonrisa me dio confianza y sin darme cuenta me había levantado. Me sentía ligera, como si flotara. Miré la cama, y ahí estaba mi cuerpo, con los ojos cerrados como si durmiera. Él me hizo un gesto para que me acercara a la ventana y se colocó detrás de mí. Toda la habitación se veía ahora diferente, como si estuviera entre nubes.
—¿Cómo es posible que no tomes a nadie en contra de su voluntad? Nadie quiere morir.—Aquella pregunta llevaba tiempo rondándome en la cabeza. Él dibujó una sonrisa torcida con sus labios.
—La muerte da miedo porque es algo desconocido, Lucy. Pero yo les proporciono seguridad, y cuando me ven, solo deben tomar mi mano para saber que todo saldrá bien. ¿A ti te doy miedo?—Yo negué con la cabeza.
—Al principio si, pero ahora me gusta estar contigo.—Miré por la ventana, era lo primero que veía del mundo exterior desde el accidente pero apenas le presté atención.
Quizás suene difícil de creer, pero sentí que el calor que desprendía me reconfortaba y me calmaba. Igual fueron imaginaciones mías en aquellos momentos, pero sigo pensando que fue así.
Me giré para verle la cara, él me sonrió y miró por la ventana.
—No quiero irme.—Le confesé aguantándome las lágrimas. Él no me miró.
—Te he dicho que no puedo tomar a nadie en contra de su voluntad. Esperaré hasta que estés lista y entonces solo deberás cogerme de la mano.
—¿Y si nunca quiero irme? Quizás quiera permanecer aquí, los médicos me curarán y me iré a casa.
—Nunca te curarás, Lucy. Seguirás aquí, estarás balanceándote entre dos mundos. Tu cuerpo ya no se levantará jamás.—En aquellos momentos, pensé que aquel aspecto de la muerte era lo peor del mundo. Hablarme así, sin sentimientos ni molestia sobre lo que me iba a ocurrir. Pero ahora lo entiendo. Al fin y al cabo, él no era humano.
—Quizás quiera permanecer así. Viéndote cada día a mi lado.—Cuando confesé eso, me sentí avergonzada, aunque lo pensara de verdad. Volví a tumbarme en la cama y al unirme a mi cuerpo, volví a verlo todo de forma normal.
Él siguió sin marcharse. Cuando pensaba que estaba mejorando, sufría algún ataque que me volvía al estado inicial. Él siempre se sentaba en aquella butaca, frente a los pies de mi cama y nunca hacía nada. Yo cada vez me enfadaba más conmigo misma.
Le gustaba hacerme levantar de la cama para ver la nieve, pero solo me levantaba para asomarme a la ventana y volverme a tumbar.
—Ya no hay nieve.—Me dijo un día. Lo miré desde mi cama, tenía el hombro apoyado contra el cristal y los brazos cruzados en el pecho.
—Ya se acaba el invierno.—Dije con tristeza.
—Levántate. Quiero enseñarte algo.—Me levanté y fui a su lado. Él me señaló uno de los árboles deshojados más cercanos a la ventana. Un pequeño brote verde intentaba abrirse paso entre el hielo que quedaba en el árbol. Aun era pequeño, pero se podía ver perfectamente. Yo sonreí.
—Me gusta lo que me enseñas.—Le dije.
—Y a mí me gusta enseñártelo.
—¿Te gusta? ¿Cómo el olor del chicle?—Él me miró y yo le sonreí. Después asintió. En los cuentos de hadas, este suele ser el momento del beso, el momento en el que se proclaman amor eterno. Pero él solo se acercó a mí y me dio un beso en la frente. No lo sentí como un beso normal, era diferente. Quizás porque no eramos dos cuerpos, sino dos almas. Aquel besó no hizo que el corazón se me acelerase, ni que en mi estómago bailaran mariposas. Solo me proporcionó calma y felicidad.
—Morir no es dejar de existir, Lucy.—Me dijo tras el largo beso en el que había cerrado los ojos.—Las hojas de ese árbol, no mueren en el invierno. Se caen, y se unen a la tierra para dejar paso a otras más verdes y fuertes. Dame la mano, Lucy. Confía en mi.—Había rehusado de acercarme a él mucho tiempo, por el temor de que me llevara. Él me abrazó y después de eso, me tendió la mano.
Yo la reusé durante unos instantes.
—Quiero quedarme contigo.—le pedí. Él me sonrió con ternura y me acarició.
—Vendré a verte, te lo prometo.
Le creí y le tomé de la mano. No sentí miedo después de eso, solo tranquilidad. La puerta de la habitación se abrió. Yo le agarré más fuerte de la mano, y él me devolvió el apretón.
De la puerta salieron luces de colores y una brisa que olía a nubes de algodón.
—Es precioso.—Le dije.
—Claro que es precioso, mi amor. Es el cielo. —Se adelanto un poco, me alzó la mano para enseñarme que me la tenía cogida y me sonrió. Yo cerré los ojos, tragué saliva y miré mi cuerpo tumbado en la cama. Estaba sonriendo y de mis ojos cerrados vi que caía una lágrima.
Sonreí y caminé a su lado para cruzar la puerta.
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