13-07-2020, 12:37 PM
Los retos de la neurotecnología en tiempos de inteligencia artificial.
En 2004, acabada de cumplir la mayoría de edad, Nathan Copeland sufrió un accidente de tráfico que le provocó una lesión en la médula espinal. Quedó tetrapléjico, y desde entonces es incapaz de valerse por sí mismo. Diez años después, el joven estadounidense decidió someterse a un insólito experimento llevado a cabo por científicos de la Universidad de Pittsburg: un implante cerebral con el que pensaban devolverle, al menos en parte, sus capacidades sensoriales. En concreto, le introdujeron unos microelectrodos en la corteza somatosensiorial y los conectaron con un dispositivo instalado a un brazo robótico. La estimulación de todo el sistema provocaba en el paciente una sensación similar al tacto. Por primera vez Nathan sentía lo que era palpar o presionar un objeto.
Los científicos explicaron entonces que la finalidad del experimento era la de devolverle las capacidades naturales de su cerebro, que intuían que se habían perdido, pero no olvidado, como consecuencia del accidente. El invento fue un éxito y permitió al joven tetrapléjico volver a sentir el tacto y la presión de cualquier objeto, incluso es capaz de sostener una pelota de golf, y todo ello con un brazo robótico que no está conectado a su antebrazo, sino directamente a su cerebro.
Nathan copeland, en las instalaciones del Instituto del Cerebro de la Universidad de Pittsburgh.
El propio Copeland nos explica el funcionamiento de su dispositivo: "cada electrodo penetra en la superficie de mi cerebro y es capaz de registrar la actividad de una neurona". Comenta que cada implante, cuyo nombre científico es de 'matriz de Utah' (o Utah Array como se denomina en inglés), tiene unos 100 electrodos, y que él es la primera persona en todo el mundo que los tiene ‘instalados’ en la corteza cerebral. "En concreto, puedo sentir las sensaciones en unos puntos específicos de mi mano, cuya ubicación dependerá de dónde se encuentran los electrodos que me procuran el estímulo. No es la misma sensación que tenía antes -apunta- pero para mí se ha convertido en una segunda realidad".
En 2004, el mismo año que Copeland padecía aquel fatídico accidente, un joven británico afincado en Estados Unidos, Neil Harbison, se hacía instalar una antena que le permite descifrar los colores invisibles como infrarrojos y ultravioletas, además de percibir imágenes, videos, música o llamadas telefónicas directamente en su cerebro desde aparatos externos, como teléfonos móviles o satélites. Estas intervenciones son conocidas como ‘biohacking’, y son objeto de tantos defensores como detractores. ¿Hasta qué punto es ético y seguro implantarse un dispositivo en el cerebro que pueda conectarse, y quizá controlarse, desde el exterior? ¿Podría suponer un perjuicio para nuestra integridad como personas? ¿Será el fin de la libertad de pensamiento libre?
Transmitir el pensamiento en la distancia.
Hace seis años, un equipo científico en el que participaba el neurólogo español Giulio Ruffini, director de la empresa tecnológica Starlab, consiguió transmitir un pensamiento a una persona situada a más de 7.000 kilómetros de distancia, los que separan Francia de la India. En otras palabras, era como reproducir información por telepatía. Uno de los sujetos pensó la palabra ‘hola’, y la transmitió en forma de pulsos eléctricos al receptor, quien interpretó el mensaje por el mismo procedimiento. En realidad, los individuos, que tenían los ojos vendados en el experimento, recibieron un código binario, que luego ‘interpretaron’ para descifrar su contenido. "Empleamos técnicas no invasivas para monitorizar la actividad cerebral en un sujeto de estudio y para manipularla en otro." Explica Ruffini. "Se trataba de un experimento sencillo en el que el sujeto en cuestión imaginaba que movía las manos y los pies. Después recogimos todas esas señales utilizando técnicas de análisis relacionadas con la inteligencia artificial (IA), transmitimos los resultados por Internet e ‘inyectamos’ las señales en el cerebro de otro sujeto receptor a través de la técnica TMS (Estimulación Magnética Trascraneal) robotizada". Así consiguieron transmitir la palabra ‘hola’ entre dos sujetos, solo con el poder de la mente.
Los experimentos antes descritos son solo algunos ejemplos de las posibilidades que ofrece el campo de la neurotecnología. Grandes multinacionales, como Facebook, Google o Microsoft están invirtiendo cientos de millones de dólares en la investigación de este nuevo campo de estudio. Uno de los proyectos más mediáticos es el de Elon Musk (director ejecutivo de los vehículos eléctricos Tesla y de la compañía espacial privada SpaceX, que en 2020 consiguió por primera vez enviar una misión tripulada en colaboración con la NASA). Fundó hace cuatro años Neuralink, una empresa de neurotecnología especializada en implantes cerebrales que ya trabaja en el desarrollo de un complejo sistema de microfibras que pueden aumentar nuestras capacidades neurológicas. Su intención última, según afirmó en su día el propio Musk, sería conseguir una integración completa con la inteligencia artificial, algo así como estar conectados permanentemente a robots inteligentes a través internet.
Nathan Copeland choca los nudillos de la mano robótica con el expresidente de Estados Unidos
Barack Obama durante una visita a la Casa Blanca.
Barack Obama durante una visita a la Casa Blanca.
Fuente: Revista National Geographic.
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