19-12-2020, 08:05 AM
El tiempo se arrastra lentamente, apurando cada segundo como si fuera el último, mientras yo lo oigo escurrirse, goteando, del resto de mi vida.
Me acuerdo de cuando pensaba que tenía todo el tiempo del mundo, para planear mi vida, equivocarme y acertar para después volverme a equivocar de nuevo.
Una línea infinita e invisible de errores y aciertos que por arte de magia se irían convirtiendo en recuerdos, remordimientos, alegrías.
Pero un día el tiempo se aceleró ante mis ojos durante unos instantes, la línea cercenada por el impacto de tres toneladas de hierro descontrolado golpeando mi, en comparación, frágil y pequeño cuerpo. Vi todo el recorrido de mi línea, mi cuerda con sus nudos y sus hebras sueltas, cuando mis ojos perdieron toda capacidad de ver nada. El tiempo volaba mientras manos extrañas intentaban reanimarme, mientras voces desconocidas intentaba traerme de vuelta. Me aferré a aquellas manos y a esas voces, el mundo convertido en un torbellino que me arrastraba lejos, muy lejos, a velocidad vertiginosa. Usé toda mi voluntad para no dejarme engullir por aquella fuerza imparable, agarrándome al último nudo de la cuerda de mi vida.
El torbellino amainó, y el tiempo se detuvo, expectante, en aquellas tierras blancas y baldías en que me encontraba, mi cuerpo convertido en un maniquí inmóvil mientras mi alma y mi mente se preguntaban la una a la otra qué había pasado.Hace mucho tiempo que estoy aquí, escondido en alguna parte desconocida de mi ser, intentando volver al mundo, volver a recordar cómo se abren los párpados, como articular una palabra, la mecánica de mover un solo músculo. Y mientras el tiempo pasa, inexorable.
Me da la impresión de que el tiempo se me acaba, siento la presencia del torbellino, cada vez más cercano, que me sigue buscando para terminar su trabajo. Oigo a personas vagamente familiares que lloran, me hablan, me buscan, llevan algún tiempo haciéndolo.
Quisiera responderlas, pero siempre están demasiado lejos, mi voz se pierde en la nada y la suya en el viento. Siento como una mano vagamente familiar se posa sobre la mía, y brota en mí la esperanza de que quizás sea un nuevo nudo que me ayude a poder seguir hilando. Noto el calor, la fe, el ánimo.
Intento asirme a esa mano, pero ya es muy tarde, no hay tiempo, el torbellino me engulle y ni siquiera me queda el tiempo suficiente como para lamentar haberlo perdido. He cruzado más allá del final de línea, la cuerda olvidada atrás, envuelta en brumas lejanas.
Vuelvo al hogar que me espera allá donde no existe el tiempo.
Me acuerdo de cuando pensaba que tenía todo el tiempo del mundo, para planear mi vida, equivocarme y acertar para después volverme a equivocar de nuevo.
Una línea infinita e invisible de errores y aciertos que por arte de magia se irían convirtiendo en recuerdos, remordimientos, alegrías.
Pero un día el tiempo se aceleró ante mis ojos durante unos instantes, la línea cercenada por el impacto de tres toneladas de hierro descontrolado golpeando mi, en comparación, frágil y pequeño cuerpo. Vi todo el recorrido de mi línea, mi cuerda con sus nudos y sus hebras sueltas, cuando mis ojos perdieron toda capacidad de ver nada. El tiempo volaba mientras manos extrañas intentaban reanimarme, mientras voces desconocidas intentaba traerme de vuelta. Me aferré a aquellas manos y a esas voces, el mundo convertido en un torbellino que me arrastraba lejos, muy lejos, a velocidad vertiginosa. Usé toda mi voluntad para no dejarme engullir por aquella fuerza imparable, agarrándome al último nudo de la cuerda de mi vida.
El torbellino amainó, y el tiempo se detuvo, expectante, en aquellas tierras blancas y baldías en que me encontraba, mi cuerpo convertido en un maniquí inmóvil mientras mi alma y mi mente se preguntaban la una a la otra qué había pasado.Hace mucho tiempo que estoy aquí, escondido en alguna parte desconocida de mi ser, intentando volver al mundo, volver a recordar cómo se abren los párpados, como articular una palabra, la mecánica de mover un solo músculo. Y mientras el tiempo pasa, inexorable.
Me da la impresión de que el tiempo se me acaba, siento la presencia del torbellino, cada vez más cercano, que me sigue buscando para terminar su trabajo. Oigo a personas vagamente familiares que lloran, me hablan, me buscan, llevan algún tiempo haciéndolo.
Quisiera responderlas, pero siempre están demasiado lejos, mi voz se pierde en la nada y la suya en el viento. Siento como una mano vagamente familiar se posa sobre la mía, y brota en mí la esperanza de que quizás sea un nuevo nudo que me ayude a poder seguir hilando. Noto el calor, la fe, el ánimo.
Intento asirme a esa mano, pero ya es muy tarde, no hay tiempo, el torbellino me engulle y ni siquiera me queda el tiempo suficiente como para lamentar haberlo perdido. He cruzado más allá del final de línea, la cuerda olvidada atrás, envuelta en brumas lejanas.
Vuelvo al hogar que me espera allá donde no existe el tiempo.
Premios:
Carta Mangaka-Legión: