Os dejo con una pequeña historia que llevo tiempo queriendo hacer, no soy escritor pero me gusta contar aventuras de la vida y nunca es tarde para intentarlo.
Un rastro de luz dejaba la pequeña María por la playa, a oscuras sin más protección que su linterna se adentró en el mecer de las olas.
Buscaba sin encontrar nada, solo un pensamiento vago sobre sirenas y amigos, un lugar donde huir de su propia angustia, de sus miedos y de su padre.
Lagrimas que se unieron con las saladas del mar, mientras buscaba esa parte de sí misma que había perdido largo tiempo atrás; cuando la calidez inundaba su cuerpo, cuando aun vivía ella.
Ni el olvido, ni su febril imaginación habían conseguido arrebatarle el recuerdo de su madre.
Tropezó sin quererlo con un mejillón que en defensa propia le regalo un profundo corte en el dedo gordo del pie derecho.
-¡Mierda!- pensó -Las heridas hechas en tierra se curan en el mar pero las hechas en mar tardan en curar, y más me vale volver a casa antes de que se dé cuenta de que no estoy-
Cogió su linterna, mojada y húmeda, y regresó por donde había venido.
Abrió con mucho cuidado la puerta de casa, su padre todavía seguía durmiendo en el sofá con una botella de vodka en la mano, cerró con un sordo clic.
Subió las escaleras y se tumbo en la cama de su habitación pulcra y limpia.
Aun tenía 2 horas antes de que el día comenzara de nuevo, aprovecho para secarse los pies y vendarse la herida y acostarse.
Mirando por la ventana la salida del sol por el horizonte acuoso.
Ains,-suspiro- ¿cuánto tiempo he de aguantar esto mama? Papá cada vez está peor, ya ni siquiera finge que es un buen padre.
Snif. No sé esto se me está haciendo más y más difícil, ojala estuvieras aquí.
Te echo de menos-
Quiebro de voz, y toda su ropa mojada de lagrimas mientras el sol poco a poco iluminaba su habitación.
Secándoselas cogió sus cosas y se dirigió hacia la cocina para luego salir hacia al instituto.
No había tiempo para lamentaciones otro día que debía ser la estudiante perfecta, la hija perfecta y la novia perfecta.
No mostrar sus sentimientos porque eso supondría el fin de lo poco que le quedaba, pero ella sabía que tenía los días contados y que sus pequeñas incursiones a la playa eran un signo de esa caída.
Pero es mucho más fácil no ver lo que más te hace sufrir, crear un mundo perfecto donde nadie te alcance, donde nadie te ame.
Cerrar tu corazón y fingir que todavía esta ahi.
Un rastro de luz dejaba la pequeña María por la playa, a oscuras sin más protección que su linterna se adentró en el mecer de las olas.
Buscaba sin encontrar nada, solo un pensamiento vago sobre sirenas y amigos, un lugar donde huir de su propia angustia, de sus miedos y de su padre.
Lagrimas que se unieron con las saladas del mar, mientras buscaba esa parte de sí misma que había perdido largo tiempo atrás; cuando la calidez inundaba su cuerpo, cuando aun vivía ella.
Ni el olvido, ni su febril imaginación habían conseguido arrebatarle el recuerdo de su madre.
Tropezó sin quererlo con un mejillón que en defensa propia le regalo un profundo corte en el dedo gordo del pie derecho.
-¡Mierda!- pensó -Las heridas hechas en tierra se curan en el mar pero las hechas en mar tardan en curar, y más me vale volver a casa antes de que se dé cuenta de que no estoy-
Cogió su linterna, mojada y húmeda, y regresó por donde había venido.
Abrió con mucho cuidado la puerta de casa, su padre todavía seguía durmiendo en el sofá con una botella de vodka en la mano, cerró con un sordo clic.
Subió las escaleras y se tumbo en la cama de su habitación pulcra y limpia.
Aun tenía 2 horas antes de que el día comenzara de nuevo, aprovecho para secarse los pies y vendarse la herida y acostarse.
Mirando por la ventana la salida del sol por el horizonte acuoso.
Ains,-suspiro- ¿cuánto tiempo he de aguantar esto mama? Papá cada vez está peor, ya ni siquiera finge que es un buen padre.
Snif. No sé esto se me está haciendo más y más difícil, ojala estuvieras aquí.
Te echo de menos-
Quiebro de voz, y toda su ropa mojada de lagrimas mientras el sol poco a poco iluminaba su habitación.
Secándoselas cogió sus cosas y se dirigió hacia la cocina para luego salir hacia al instituto.
No había tiempo para lamentaciones otro día que debía ser la estudiante perfecta, la hija perfecta y la novia perfecta.
No mostrar sus sentimientos porque eso supondría el fin de lo poco que le quedaba, pero ella sabía que tenía los días contados y que sus pequeñas incursiones a la playa eran un signo de esa caída.
Pero es mucho más fácil no ver lo que más te hace sufrir, crear un mundo perfecto donde nadie te alcance, donde nadie te ame.
Cerrar tu corazón y fingir que todavía esta ahi.
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