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No les cuentas nada acerca de la maldición, y tu padre llama a Howard. Unos minutos más tarde vuelve con noticias estupendas. Howard no sólo está interesado en la expedición, sino que se ha ofrecido para pagarte el viaje a Santa Teresa a cambio de una parte del tesoro.
Tus padres te ayudan con todos los preparativos del viaje, y al cabo de diez días te acompañan al aeropuerto, donde te reúnes con Howard y Allen. Ann, la mujer de Howard, es abogada y está ocupada en un caso muy complicado, por lo que no puede acompañaros. La verdad es que lo prefieres así, porque no te cae tan bien como Howard.
Tu avión desciende hacia el aeropuerto de Santa Teresa. A través de la ventanilla contemplas el centelleante mar azul y la isla montañosa, en forma de media luna, rodeada por algunos islotes.
Después del aterrizaje, Allen y Howard se dirigen a la cinta para recoger el gran petate de Howard. Después, un taxi os conduce hasta el hotel Vientos Alisios, en el que os alojaréis.
La atmósfera es tan cálida y la vegetación tan exuberante que, en cualquier momento, se asomarán monos y loros entre el follaje; aunque, sobre todo, ves cabras y furgonetas
Tu hotel tiene una magnífica vista del puerto y de Hendrisked, centro neurálgico de la isla. Después de instalarte en tu habitación, te reúnes con Howard y Allen en el comedor para cenar.
-Ya he alquilado una embarcación para mañana –anuncia Howard-, pero sin revelar cuál será nuestro destino. Según el mapa que he comprado, calculo que el trayecto hasta la Isla del Barlovento dura unas dos horas.
-¿Dónde está la Isla del Barlovento? –preguntas.
Howard despliega el mapa sobre la mesa y señala Santa Teresa y todas las circundantes.
-Fíjate que hay multitud de pequeñas islas –dice-. ¿Ves esas dos diminutas al nordeste de Santa Teresa? Una de esas es la Isla de Sotavento y la otra la Isla del Barlovento.
-Parece realmente minúscula –dices.
-Sí, eso es lo que creo –replica Howard-. No es mucho mayor que un arrecife que sobresale del agua.
-¡Papá, aquí pone que es coral! –exclama Allen-. No se puede perforar el coral.
-Tienes razón –admite-. Cuesta creer que el tesoro pueda estar allí, no sabremos ni siquiera por dónde empezar.
-Quizás hay otra isla de Barlovento –sugieres.
En aquel momento un hombre corpulento y de aspecto desgarbado, con un bigote muy fino, se acerca a vuestra mesa. Rápidamente Howard dobla el mapa.
-¿Pensáis navegar por los alrededores de la isla? -pregunta el hombre.
-Sí –respondes-, saldremos mañana.
-Os encantará, son las aguas más maravillosas del mundo, pero cuidado, debéis manteneros alejados de los arrecifes. Por cierto –añade-, me llamo Garbey, Judson Garbey.
Howard, Allen y tú os presentáis.
-¿Estáis buscando algo en particular? -pregunta Garbey clavando la mirada en ti.
-Nos preguntábamos si hay alguna otra isla de Barlovento, aparte del islote marcado en el mapa –contesta Howard.
-Nunca he oído hablar de otra isla de barlovento –replica Garbey-. Podría ser que en otro tiempo existiera una, pero que le cambiarán el nombre; en ese caso probablemente sería ésta –y señala la isla de los terneros es la situada más al este de Santa Teresa.
-No lo entiendo –dices-, si nunca ha oído hablar de ella, ¿cómo puede saber cuál es?
-Bueno –responde Garbey-. Estamos en el cinturón de los vientos alisios, lo que significa que el viento casi siempre sopla del este, de manera que vives en Santa Teresa y decides bautizar las islas de alrededor, la que está más al este se llamará Isla del Barlovento.
-Muy interesante, señor Garbey, muchas gracias –dice Howard.
Garbey asiente educadamente.
-Por cierto, ¿qué interés tenéis en la Isla del Barlovento?
-¡Oh!, nos han contado que es muy bonita –contesta Howard
-¿De veras? –inquiere Garbey con la mirada escéptica-. Bueno os deseo un interesante viaje –hace un ligero movimiento con la mano, a modo de despedida, y se aleja a grandes zancadas.
-No me gusta este tipo, hace demasiadas preguntas –dice Howard-. A partir de ahora será mejor que no expliquemos a nadie que estamos haciendo aquí.
-Papá, dedo que se haya creído lo que le has contado –dice Allen mirándole irritado.
-¿Crees que pueda haber oído lo que estábamos hablando antes? –preguntas.
-Probablemente no tiene malas intenciones, además –añade Howard-, lo que ha dicho tiene sentido, creo que deberíamos empezar a buscar en la isla de los Terneros.
A la mañana siguiente, los tres tomáis un taxi hacia el puerto deportivo. Howard lleva su gran petate, en el que ha metido un pico y una pala.
La motora que ha alquilado espera en su amarre, mide unos nueve metros de eslora y lleva aparejos de pesca. En la popa está pintado su nombre: Serina.
En cubierta hay un hombre enrollado una cuerda.
-¿Es usted Mack Daniels? –le pregunta Howard.
-Sí, ¿usted es quién llamó?
-Exactamente, y esta es mi tripulación -añade Howard, señalando a Allen y a ti.
-Suban a bordo -dice Daniels.
Coge el gran petate de Howard y te da la mano para que saltes desde el muelle. Una mujer joven, bonita y sonriente, sale del camarote.
-Me llamo Sue -se presenta.
-Es mi piloto -explica Daniels y, acto seguido, deja el petate de Howard en el camarote principal-. ¿Qué lleva aquí? –pregunta-. Parece que tiene la intención de pasar una buena temporada en el mar.
-Herramientas para cavar –responde Howard-. Soy paleontólogo y espero encontrar los fósiles de caracoles.
Max y Sue se miran, tú dudas que se lo hayan creído.
-Bueno, es su dinero -dice Mack-. ¿A dónde quieren ir?
-A la isla de los Terneros -contesta Howard. Mac arquea las cejas.
-Nadie va allí. Hay una gran laguna, aunque esté llena de bancos de arena muy traicioneros. Yo sólo podrá acercarlos, pero tendrán que remar un bote está la playa.
-De acuerdo -dice Howard-, no me irá mal un poco de ejercicio.
-Muy bien, entonces en marcha. -salta al puente y enciende el motor.
Suelta las amarras y el Serina navega de espaldas así al canal. Subes al puente para echar un vistazo a los controles.
-¿Ves esa línea de boyas rojas? -te pregunta Mack, al tiempo que te miro por el rabillo del ojo-, señalan el canal. Tenemos que pasar muy cerca de ellas, hasta que hayamos salido del puerto.
Miras las boyas y, después, los observas en la carta de navegación, que Mack ha desplegado en la mesa de mapas.
Mack parece muy amable y te explica trucos de navegación. El Serina deja atrás el puerto y pone rumbo hacia la Isla de los Terneros.
Mack comprueba la brújula, acto seguido se gira hacia ti y dice:
-¿Sabes? hace tiempo que me dedico a llevar a la gente y puedo afirmar que tu amigo no está aquí para buscar fósiles. Estáis buscando un tesoro, ¿Verdad? Si es así, mejor que me lo digas. -te mira de manera inquisitiva, pero tú no contestas-. El tesoro del Bonaparte está enterrado en alguna de estas Islas, pero nadie lo encontrado. Mucha gente ni siquiera se atreve a buscarlo porque se dice que está maldito. Pero hay mejores sitios para buscar que la Isla de los Terneros. Tal como he dicho, tiene un puerto muy traicionero y ningún galeón o barco pirata hubiera fondeado allí. Vamos, si eres sincero y me cuentas qué queréis, seguramente podría ayudaros.
Tú le escuchas, y te sientes incómoda y asombrada de que Mack se haya dado cuenta tan rápido de la mentira de Howard.
-Así que andáis tras el tesoro -adivina Mack, mirándote a los ojos.
Sientes el impulso de admitirlo, después de todo, él lo ha adivinado y podría seros de ayuda, aunque crees que es mejor no revelar el secreto.
-Howard busca fósiles, en serio. -dices.
-Me habré equivocado -réplica Mack, observándote con escepticismo.
-¡Mirad! -exclama Allen, que está en la cubierta de la popa- ¡Peces voladores!
Dejas a Mack para reunirte en la cubierta de la popa con Howard Y Allen, Quienes se inclinan sobre la borda contemplando un banco qué peces que avanzan por el agua dando saltos increíbles.
-Me pregunto cómo sería el pescar uno -murmura Allen.
-Eso sí que sería un pez gordo -bromeas.
Howard observa Atentamente por sus binoculares.
-Mack piensa que estamos buscando un tesoro -le explicas en un susurro.
-Quizás deberíamos decírselo, tal vez pueda ayudarnos -dice Allen.
-Quién sabe -replica Howard-. Quizá no. ¿Tú qué crees?- te pregunta.
Opciones:
1. Estás a favor de contarle a Mack que estáis buscando un tesoro.
2. Estás en contra.