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Y sí, ésa era la palabra adecuada. La palabra exacta. Se levantó y regresó con paso brusco a la calle, cruzó y se dirigió al estanco sin molestarse en mirar ni una sola vez más al joven que se hallaba sentado en el banco con la cabeza baja y las manos entrelazadas sobre la entrepierna. En la mente del tóxico presuntuoso y asesino de corazones de segundo grado, Norman Daniels, Ramón había dejado de amarlo. Daniels estaba pensando en su mujer y en las mil maneras de dejarla que le quedaban por aprender. En todas las cosas de las películas dramáticas que podía llevar a la práctica para terminar con su relación de una vez por todas y así poder volver con Ramón. Y desde luego que hablarían de ellas hasta que la encontrara. Toda clase de cosas… Barcos, fingir morir en el mar y huir con su amante a Turquía para comenzar una nueva vida, por no mencionar que lo martirizaba recordar que la suya era una de las esposas que prometían amar, respetar y obedecer y luego se iban de compras con las tarjetas del marido en el bolso.