28-04-2018, 02:13 AM
El reino de las alturas.
Val Aabye
Apariencia física:
Spoiler:
Personalidad: Val es una joven un tanto silenciosa con los demás, que escucha atentamente antes que hablar a lo loco. Tiene un gran sentido de la justicia, del honor; y gusta de aquellos que realizan el bien para tener una vida armónica. A pesar de tener buenas intenciones la mayor parte del tiempo, no tiene ningún tipo de miedo respecto a robar vidas ajenas o ensuciarse de sangre enemiga. Todo mientras sea por defender los ideales de su reino y a todas las personas buenas que habitan en él, sin importar su edad, condición socioeconómica o creencias. Le gusta confiar en sus camaradas, y no le llama mucho la atención el ser el centro de todas las miradas. Ella es quien organiza el reino, pero no la cara visible del mismo.
Arma de preferencia: Una espada simple sin nombre, heredada de María, la anciana que la rescató de una muerte segura.
Historia:
"Mi historia comenzó en las solitarias calles de un reino tirano, en el cual nunca tuve "algo" a lo que llamar hogar. Vagaba a pies descalzos, buscando un poco de comida que brindarle a mi rugiente y adolorido estómago, siendo víctima del egoismo de comerciantes preocupados por tener una buena imagen ante el rey. En ese sentido, el que nos ayudaran a nosotros, jóvenes de la calle, les quitaba reputación. Ayudar a los necesitados se castigaba como un crimen más. La principal idea de los humanos es sobrevivir, sin importar qué tanto deban renegar de sí mismos en el proceso... y ellos renegaban día y noche de su amabilidad, para no sufrir las consecuencias de la desobediencia..
Vivía en los barrios bajos, mucho más bajos que el hermoso castillo reluciendo cerca del sol. Era bastante difícil evitar que no me atraparan como esclava de guerreros morbosos, satisfaciendo su diversión con la tortura ajena. Las sombras hacían compañía a mi gélido cuerpo cuando la noche caía; y una espada trizada era lo único que me protegía de los males rodeando el ambiente. Qué indefensa me veía a mí misma en ese entonces.
Aquella espada poseía los recuerdos de María, la anciana que amablemente me acogió al verme sola, vagando en un mortífero bosque lleno de depredadores. Una espada trizada, vieja, polvorienta, casi sin filo, llevando consigo el espíritu de ella, María, guerrera reconocida en sus tiempos de juventud, por su voluntad inquebrantable y su grácil destreza en el arte del combate cuerpo a cuerpo. Dentro de mis inmaduros pensamientos afirmaba que jamás podría llegar a ser como María, mi estrella en el cielo. Por lo mismo vagaba sin rumbo entre las ocupadas calles de la ciudad, intentando encontrar algún propósito que me impulsara a mantenerme con vida en un mundo tan gris y frío.
Caminando sin pensar en algo más que en encontrar comida, divisé un callejón que jamás había visto antes en mi vida. Estuvo allí siempre, sólo que mis ojos no le percibieron hasta ese entonces...el momento que toda mi vida dio un giro inesperado.
Una conmoción inmensa, vitores y gritos de frustración. Mujeres, ancianas, hombres bastante fuertes y jóvenes tan escuálidos como yo se acomodaban en un círculo escondiendo una batalla. Lo supe por los quejidos que escuchaba. Quejidos y gritos de voluntad, esos gritos que sin importar qué cansado te encuentras, devuelven la energía a tu cuerpo.
La curiosidad pudo con mi cuerpo e instintivamente caminé a ver de qué se trataba ello. Un joven de aproximadamente 23 años apuntaba con una espada larga ensangrentada a una joven chica que probablemente tenía su misma edad. La chica sangraba del cuello y las gotas carmesí golpeaban el concreto. Vi su mirada, repleta de odio, ira y frustración. Mi cuerpo dio un salto, un rayo de electricidad recorrió mi espina dorsal... o al menos la sensación de adrenalina que a veces nos domina, a los humanos. Tal vez me había puesto en el lugar de esa chica, con ropajes tan manchados y viejos. Sin embargo, ella no parecía haber buscado una pelea, un canasto de mimbre y fruta esparcida por el piso a su lado daban cuentas de que había sido una batalla forzada. Algo injusto.
Un caballero real de mal aspecto, oliendo a alcohol, lanzó tres monedas de plata al joven de la espada larga. Éste último las recogió del piso, sin importar si se ensuciaban de sangre o no. No había ningún tipo de arrepentimiento en sus ojos, estaba entrenado para atacar gente a sangre fría por un poco de dinero. Supervivencia.
Aprete los puños, sintiendo impotencia, hasta que mis nudillos tomaron un color pálido. Alguien me empujó desde atrás, y avancé tres pasos evitando caer. Me vi en medio de la chica y su contrincante, enfrentando el filo carmesí de la espada larga que no temía ensuciarse una y otra y otra vez. Volteé hacia atrás, sólo para encontrarme con la asquerosa sonrisa del caballero que deliberadamente me había puesto en esa lamentable situación.
Miré mi espada, trizada, vieja, polvorienta, como siempre. Respiré hondo y apunté con la misma al joven que no demostró ninguna expresión facial. Ni sorpresa, ni gracia, mucho menos miedo.
¿Qué podía hacer yo con una espada en tan mal estado? Negué con la cabeza, a medida que el miedo se apoderaba de mi cuerpo. ¿Por qué no quería ceder mi vida ante ese chico? No es que fuera la gran cosa vivir de sobras y en completa soledad. Pero por algún motivo desconocido para mí, por algun milagro de los dioses... yo no quería morir. No quería morir sin antes haber intentado surgir. No quería morir sin antes darle a conocer a ese rey tirano lo equivocado que se encontraba. Porque si nosotros, jóvenes, porque si ellos, ancianos, porque si todos aquellos que no tenían la situación económica necesaria para vivir una buena vida, teníamos que morir cruelmente sólo para satisfacer al rey como marionetas insensibles, daba a conocer lo mal que todo estaba jerarquizado. Un asco.
Recordé, entonces, las palabras de María: "No importa qué tan maltratada esté una espada. Su fuerza no se encuentra dentro del filo. Es sólo una lámina de acero, la mayor parte del tiempo. Lo que hace realmente fuerte a una espada es quien la blande; y qué tan sólido sea su espíritu."
El filo de la espada enemiga tocó veloz mi frente. Un hilo de sangre cayó por mi rostro; y no hubiese sido capaz de relatar esto de no ser por un movimiento único de mi cuerpo. La espada trizada a la que tanto respeto le tenía fue capaz de detener el ataque del arma enemiga, tan bien forjada. Pero luego noté que no fue la espada quien detuvo el corte. fui yo misma, empleando todas mis fuerzas esa acción.
Empujé mi cuerpo hacia delante. Mi espada terminó por ceder, rompiéndose en dos. Observé de soslayo cómo el pedazo superior caía al piso, produciendo un ruido metálico que silenció a la multitud. El joven intentó, entonces, cargar un ataque vertical. Vi su espada caer en mi direccióna gran velocidad, cerré los ojos e intenté escapar de mi muerte, moviéndome ligeramente hacia la izquierda. El corte vertical golpeó el piso. Aproveché los momentos de distracción del joven y con el mango de mi espada rota golpeé su rostro con todas las energías que me restaban. Él dejó caer su espada, llevando sus manos en dirección a su nariz sangrante, probablemente destrozada...
Nadie dijo nada. Rápidamente recogí el trozo faltante de mi espada y ayudé a la chica herida a levantarse. A pesar de que su cuello sangraba incesantemente no podía dejarle allí a su suerte. Le obligué a correr lejos incluso si eso robaba la mayoría de su vida restante, hasta que perdimos de vista a la multitud debajo de una casa en construcción.
Con el filo superior de mi espada, desprendido del mango, corté un poco de mis casi inexistentes ropas y cubrí la herida de la chica. Ella me miró fijamente y luego sonrió. Yo le sonreí de vuelta sin saber por qué... y permanecimos en silencio hasta que un señor de avanzada edad nos encontró. Llevaba un bastón de madera y poseía una mirada bastante cálida.
"Yo puedo arreglar tu espada, guerrera". Mi rostro se iluminó al escuchar esas palabras.
Resultó ser que el anciano, William, conocía a Jessica, la chica herida. Ella era una guerra por obligación. Defenderse en los barrios bajos era muy difícil, y aunque su técnica no tenía nada que envidiar a los demás, ese joven misterioso era mucho más fuerte y conocido por no dudar contra el enemigo.
Me enteré sobre la existencia de una alianza opositoria al reino actual, que planeaba realizar un derrocamiento por la fuerza, luego de infiltrarse en el castillo con defensas casi inflaqueables. El plan, casi perfecto, tendría inicios a dos semanas desde esa noche en adelante. Existían varios guerreros, magos y arqueros que estaban dispuestos a dar su vida con tal de brindar una paz verdadera al reino. Así mismo, comerciantes valientes que surtían de suplementos al grupo operando entre las sombras, como herreros y caballeros reales con buenos valores. Estos últimos cederían el paso dentro del castillo a toda la alianza.
"¿Quieres luchar con nostros?" me preguntó William, un amanecer particularmente soleado, de improvisto, cuando intentaba entrenar con una espada provisoria que se me había entregado. "No pediría más que eso" respondí, clavando la espada sobre el barro movedizo a medida que esbozaba una sonrisa algo melancólica. No teníamos mucho descanso entre días. Teniamos que asegurar vías de escape, rutas donde movilizarnos con seguridad y provisiones. Además, se intentaba reclutar más gente de la ciudad que estuviera cansada de vivir bajo una opresión constante. El apoyo que obtuvimos fue abismal y los días volaron entre tanto trabajo.
El amanecer anterior al día tan esperado acompañé a Jessica cerca del mar. Las dos observamos el agua cristalina y los barcos que llegaban con mercancías a los lugares designados. "¿Crees que logremos salir victoriosos, Val?" preguntó Jessica, expresando cierta preocupación en su rostro. La observé fijamente por algunos segundos y asentí más que segura. "Sí, Jessica. Saldremos victoriosos... te lo aseguro... aun si pierdo la vida en ello."
La noche del ataque empuñé mi espada provisoria con decisión. Todos estaban formados de acuerdo al plan; y yo tomaba un papel ofensiva dentro de la formación principal. William me detuvo, antes de que saliera de nuestro escondite. Entre sus manos reposaba mi espada, la espada de mi querida María... reluciente, como si jamás hubiera conocido la sangre en realidad, como si no hubiera luchado tantas batallas. Tenía a María a mi lado, incluso si ella me observaba desde los cielos. No podía perder, menos blandiendo su espada. No podía perder poseyendo toda la confianza de mis camaradas, y de William, que intentaba dar un papel de padre ante mi persona.
Con un escudo en mi brazo izquierdo y una brillante armadura pesando en mi torso, corrí entre las oscuras calles de la ciudad, por las rutas designadas. Jessica corría a mi lado, junto a ocho guerreros más.
Subimos por las calles ya más acomodadas del reino, hasta vernos frente a las puertas traseras del castillo en cuestión. Allí nos esperaban tres caballeros reales, nuestros aliados, que burlando la seguridad para nada confiable del rey (ya que todos sus caballeros no se tomaban con seriedad su trabajo), nos dieron acceso pleno al castillo.
La primera fase comenzaba. No queríamos causar mucho revuelo entre los pasillos. No queríamos asesinar a trabajadores inocentes. Nuestro actuar debía ser lo más silencioso posible, hasta llegar a la habitación principal donde descansaba el rey en cuestión.
A medio camino nos descubrieron. La lucha comenzó fuerte e incesante. "¡Val, corre!" escuché los gritos de mis compañeros, obligándome a correr de la batalla y cumplir nuestro objetivo principal. Si tan sólo uno de nosotros llegaba arriba y ejecutaba al rey, todo valía la pena.
Si bien me resistí en un inicio a abandonar el campo de batalla, corrí por las escaleras lo más rápido que pude, robando las vidas de todos aquellos que intentaron oponerse a nuestra fuerza común. Más que un grupo de guerreros, éramos un equipo unido, luchando por un mismo objetivo: nuestra pronta salvación.
Un corte, dos cortes, tres cortes... la sangre recorría mis piernas y mi cuello. Mi espada repleta de carmesí no daba tregua a quienes se atrevían a enfrentarme. "Tienes eso a lo que llamamos agilidad, Val Aabye, no lo desperdicies" las palabras de William resonaron en mi cabeza. Recordé, también, la promesa que había hecho ante Jessica. Y por supuesto, la desgastada sonrisa de María antes de su pacífica muerte.
Dejé escapar un grito de guerra desde mi garganta y subí las escaleras como si toda la energía hubiera regresado a mi cuerpo, aun si me desangraba. Luego de vencer a dos caballeros resguardando la habitación del rey, logré abrir la puerta de una certera patada sobre la madera. Respiraba agitadamente, cansada, exhausta, sedienta de más sangre, sangre, esa sangre que siempre quise derramar cuando veía a las estrellas y no percibía nada más que mi soledad. La sangre de ese rey maldito que no merecía estar vivo.
"Quien diría que un día te encontrarías en estas circunstancias, basura... y quien diría que yo tendría el honor de asesinarte".
"¿Cómo te atreves a hablarle así a tu rey?" preguntó él, receloso, un tanto confiado en que podría acabar conmigo. "¿Cuánto dinero quieres por darte la vuelta y traicionar a tu grupo de niñatos insolentes?".
No respondí a su pregunta con palabras. Sólo lancé mi espada a toda velocidad en dirección a su cuello; y sin siquiera planearlo, dio justo en el blanco. Él cayó al piso, agonizante. Murió tiempo después, dejando sólo un inmenso charco de sangre como recuerdo. Bajé la cabeza y mi cuerpo perdió toda su fuerza. "Ni todo el dinero del mundo podría comprar lo que yo deseo... justicia."
Caminé a duras penas en dirección al cadaver del rey y quité mi espada de su cuello. Limpié la misma con los ropajes inferiores cubriendo mis piernas y salí de la habitación.
Encontré a todos mis camaradas heridos de gravedad. Ellos me miraron tensos, pero levanté mi espada al techo, dando a conocer que habiamos ganado la guerra.
Tomamos el castillo. La gente de la ciudad pudo dormir pacíficamente esa noche. No necesitabamos un rey que impusiera su poder... y yo no quería reinar sobre personas que tenían los mismos derechos que yo en todo sentido. Alguien tenía que llenar ese puesto, una persona que no fui yo. Yo sólo me dediqué y me dedico, ahora mismo, a defender el honor que ganamos con nuestras propias manos, dando la cara por nuestra alianza en cada situación que es necesitada mi presencia.
Aquel que intente ir en contra de nuestros ideales, probará el sabor de la muerte y no tendrá chance a dar marcha atrás."
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Bueno chicos, bienvenidos al reino. La verdad es que "el reino de las alturas" es un nombre provisiorio. Me gustaría definirlo democráticamente luego con toda la alianza. Dejaré la ficha que deberán rellenar para ser parte de este reino (la misma que rellené yo). Son 7 cupos por el momento, para que sean personas equitativas con la otra alianza.
Ficha
Nombre:
Apariencia física (pueden poner sólo una imagen si es que así desean, o describirla también):
Clase:
Personalidad:
Arma de preferencia:
Historia (puede ser del largo que ustedes deseen, mientras más detallada mejor. La idea es que describan cómo llegaron al reino, o su vida antes de eso):
Todos son bienvenidos mientras haya algún cupo disponible. La idea es que lo pasemos bien en esta actividad y sea un grato momento el compartir. Pueden reservar el cupo también, no es necesario que rellenen su ficha tan apresurados.
Cupos ocupados: 0:
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Saludos~
Vivía en los barrios bajos, mucho más bajos que el hermoso castillo reluciendo cerca del sol. Era bastante difícil evitar que no me atraparan como esclava de guerreros morbosos, satisfaciendo su diversión con la tortura ajena. Las sombras hacían compañía a mi gélido cuerpo cuando la noche caía; y una espada trizada era lo único que me protegía de los males rodeando el ambiente. Qué indefensa me veía a mí misma en ese entonces.
Aquella espada poseía los recuerdos de María, la anciana que amablemente me acogió al verme sola, vagando en un mortífero bosque lleno de depredadores. Una espada trizada, vieja, polvorienta, casi sin filo, llevando consigo el espíritu de ella, María, guerrera reconocida en sus tiempos de juventud, por su voluntad inquebrantable y su grácil destreza en el arte del combate cuerpo a cuerpo. Dentro de mis inmaduros pensamientos afirmaba que jamás podría llegar a ser como María, mi estrella en el cielo. Por lo mismo vagaba sin rumbo entre las ocupadas calles de la ciudad, intentando encontrar algún propósito que me impulsara a mantenerme con vida en un mundo tan gris y frío.
Caminando sin pensar en algo más que en encontrar comida, divisé un callejón que jamás había visto antes en mi vida. Estuvo allí siempre, sólo que mis ojos no le percibieron hasta ese entonces...el momento que toda mi vida dio un giro inesperado.
Una conmoción inmensa, vitores y gritos de frustración. Mujeres, ancianas, hombres bastante fuertes y jóvenes tan escuálidos como yo se acomodaban en un círculo escondiendo una batalla. Lo supe por los quejidos que escuchaba. Quejidos y gritos de voluntad, esos gritos que sin importar qué cansado te encuentras, devuelven la energía a tu cuerpo.
La curiosidad pudo con mi cuerpo e instintivamente caminé a ver de qué se trataba ello. Un joven de aproximadamente 23 años apuntaba con una espada larga ensangrentada a una joven chica que probablemente tenía su misma edad. La chica sangraba del cuello y las gotas carmesí golpeaban el concreto. Vi su mirada, repleta de odio, ira y frustración. Mi cuerpo dio un salto, un rayo de electricidad recorrió mi espina dorsal... o al menos la sensación de adrenalina que a veces nos domina, a los humanos. Tal vez me había puesto en el lugar de esa chica, con ropajes tan manchados y viejos. Sin embargo, ella no parecía haber buscado una pelea, un canasto de mimbre y fruta esparcida por el piso a su lado daban cuentas de que había sido una batalla forzada. Algo injusto.
Un caballero real de mal aspecto, oliendo a alcohol, lanzó tres monedas de plata al joven de la espada larga. Éste último las recogió del piso, sin importar si se ensuciaban de sangre o no. No había ningún tipo de arrepentimiento en sus ojos, estaba entrenado para atacar gente a sangre fría por un poco de dinero. Supervivencia.
Aprete los puños, sintiendo impotencia, hasta que mis nudillos tomaron un color pálido. Alguien me empujó desde atrás, y avancé tres pasos evitando caer. Me vi en medio de la chica y su contrincante, enfrentando el filo carmesí de la espada larga que no temía ensuciarse una y otra y otra vez. Volteé hacia atrás, sólo para encontrarme con la asquerosa sonrisa del caballero que deliberadamente me había puesto en esa lamentable situación.
Miré mi espada, trizada, vieja, polvorienta, como siempre. Respiré hondo y apunté con la misma al joven que no demostró ninguna expresión facial. Ni sorpresa, ni gracia, mucho menos miedo.
¿Qué podía hacer yo con una espada en tan mal estado? Negué con la cabeza, a medida que el miedo se apoderaba de mi cuerpo. ¿Por qué no quería ceder mi vida ante ese chico? No es que fuera la gran cosa vivir de sobras y en completa soledad. Pero por algún motivo desconocido para mí, por algun milagro de los dioses... yo no quería morir. No quería morir sin antes haber intentado surgir. No quería morir sin antes darle a conocer a ese rey tirano lo equivocado que se encontraba. Porque si nosotros, jóvenes, porque si ellos, ancianos, porque si todos aquellos que no tenían la situación económica necesaria para vivir una buena vida, teníamos que morir cruelmente sólo para satisfacer al rey como marionetas insensibles, daba a conocer lo mal que todo estaba jerarquizado. Un asco.
Recordé, entonces, las palabras de María: "No importa qué tan maltratada esté una espada. Su fuerza no se encuentra dentro del filo. Es sólo una lámina de acero, la mayor parte del tiempo. Lo que hace realmente fuerte a una espada es quien la blande; y qué tan sólido sea su espíritu."
El filo de la espada enemiga tocó veloz mi frente. Un hilo de sangre cayó por mi rostro; y no hubiese sido capaz de relatar esto de no ser por un movimiento único de mi cuerpo. La espada trizada a la que tanto respeto le tenía fue capaz de detener el ataque del arma enemiga, tan bien forjada. Pero luego noté que no fue la espada quien detuvo el corte. fui yo misma, empleando todas mis fuerzas esa acción.
Empujé mi cuerpo hacia delante. Mi espada terminó por ceder, rompiéndose en dos. Observé de soslayo cómo el pedazo superior caía al piso, produciendo un ruido metálico que silenció a la multitud. El joven intentó, entonces, cargar un ataque vertical. Vi su espada caer en mi direccióna gran velocidad, cerré los ojos e intenté escapar de mi muerte, moviéndome ligeramente hacia la izquierda. El corte vertical golpeó el piso. Aproveché los momentos de distracción del joven y con el mango de mi espada rota golpeé su rostro con todas las energías que me restaban. Él dejó caer su espada, llevando sus manos en dirección a su nariz sangrante, probablemente destrozada...
Nadie dijo nada. Rápidamente recogí el trozo faltante de mi espada y ayudé a la chica herida a levantarse. A pesar de que su cuello sangraba incesantemente no podía dejarle allí a su suerte. Le obligué a correr lejos incluso si eso robaba la mayoría de su vida restante, hasta que perdimos de vista a la multitud debajo de una casa en construcción.
Con el filo superior de mi espada, desprendido del mango, corté un poco de mis casi inexistentes ropas y cubrí la herida de la chica. Ella me miró fijamente y luego sonrió. Yo le sonreí de vuelta sin saber por qué... y permanecimos en silencio hasta que un señor de avanzada edad nos encontró. Llevaba un bastón de madera y poseía una mirada bastante cálida.
"Yo puedo arreglar tu espada, guerrera". Mi rostro se iluminó al escuchar esas palabras.
Resultó ser que el anciano, William, conocía a Jessica, la chica herida. Ella era una guerra por obligación. Defenderse en los barrios bajos era muy difícil, y aunque su técnica no tenía nada que envidiar a los demás, ese joven misterioso era mucho más fuerte y conocido por no dudar contra el enemigo.
Me enteré sobre la existencia de una alianza opositoria al reino actual, que planeaba realizar un derrocamiento por la fuerza, luego de infiltrarse en el castillo con defensas casi inflaqueables. El plan, casi perfecto, tendría inicios a dos semanas desde esa noche en adelante. Existían varios guerreros, magos y arqueros que estaban dispuestos a dar su vida con tal de brindar una paz verdadera al reino. Así mismo, comerciantes valientes que surtían de suplementos al grupo operando entre las sombras, como herreros y caballeros reales con buenos valores. Estos últimos cederían el paso dentro del castillo a toda la alianza.
"¿Quieres luchar con nostros?" me preguntó William, un amanecer particularmente soleado, de improvisto, cuando intentaba entrenar con una espada provisoria que se me había entregado. "No pediría más que eso" respondí, clavando la espada sobre el barro movedizo a medida que esbozaba una sonrisa algo melancólica. No teníamos mucho descanso entre días. Teniamos que asegurar vías de escape, rutas donde movilizarnos con seguridad y provisiones. Además, se intentaba reclutar más gente de la ciudad que estuviera cansada de vivir bajo una opresión constante. El apoyo que obtuvimos fue abismal y los días volaron entre tanto trabajo.
El amanecer anterior al día tan esperado acompañé a Jessica cerca del mar. Las dos observamos el agua cristalina y los barcos que llegaban con mercancías a los lugares designados. "¿Crees que logremos salir victoriosos, Val?" preguntó Jessica, expresando cierta preocupación en su rostro. La observé fijamente por algunos segundos y asentí más que segura. "Sí, Jessica. Saldremos victoriosos... te lo aseguro... aun si pierdo la vida en ello."
La noche del ataque empuñé mi espada provisoria con decisión. Todos estaban formados de acuerdo al plan; y yo tomaba un papel ofensiva dentro de la formación principal. William me detuvo, antes de que saliera de nuestro escondite. Entre sus manos reposaba mi espada, la espada de mi querida María... reluciente, como si jamás hubiera conocido la sangre en realidad, como si no hubiera luchado tantas batallas. Tenía a María a mi lado, incluso si ella me observaba desde los cielos. No podía perder, menos blandiendo su espada. No podía perder poseyendo toda la confianza de mis camaradas, y de William, que intentaba dar un papel de padre ante mi persona.
Con un escudo en mi brazo izquierdo y una brillante armadura pesando en mi torso, corrí entre las oscuras calles de la ciudad, por las rutas designadas. Jessica corría a mi lado, junto a ocho guerreros más.
Subimos por las calles ya más acomodadas del reino, hasta vernos frente a las puertas traseras del castillo en cuestión. Allí nos esperaban tres caballeros reales, nuestros aliados, que burlando la seguridad para nada confiable del rey (ya que todos sus caballeros no se tomaban con seriedad su trabajo), nos dieron acceso pleno al castillo.
La primera fase comenzaba. No queríamos causar mucho revuelo entre los pasillos. No queríamos asesinar a trabajadores inocentes. Nuestro actuar debía ser lo más silencioso posible, hasta llegar a la habitación principal donde descansaba el rey en cuestión.
A medio camino nos descubrieron. La lucha comenzó fuerte e incesante. "¡Val, corre!" escuché los gritos de mis compañeros, obligándome a correr de la batalla y cumplir nuestro objetivo principal. Si tan sólo uno de nosotros llegaba arriba y ejecutaba al rey, todo valía la pena.
Si bien me resistí en un inicio a abandonar el campo de batalla, corrí por las escaleras lo más rápido que pude, robando las vidas de todos aquellos que intentaron oponerse a nuestra fuerza común. Más que un grupo de guerreros, éramos un equipo unido, luchando por un mismo objetivo: nuestra pronta salvación.
Un corte, dos cortes, tres cortes... la sangre recorría mis piernas y mi cuello. Mi espada repleta de carmesí no daba tregua a quienes se atrevían a enfrentarme. "Tienes eso a lo que llamamos agilidad, Val Aabye, no lo desperdicies" las palabras de William resonaron en mi cabeza. Recordé, también, la promesa que había hecho ante Jessica. Y por supuesto, la desgastada sonrisa de María antes de su pacífica muerte.
Dejé escapar un grito de guerra desde mi garganta y subí las escaleras como si toda la energía hubiera regresado a mi cuerpo, aun si me desangraba. Luego de vencer a dos caballeros resguardando la habitación del rey, logré abrir la puerta de una certera patada sobre la madera. Respiraba agitadamente, cansada, exhausta, sedienta de más sangre, sangre, esa sangre que siempre quise derramar cuando veía a las estrellas y no percibía nada más que mi soledad. La sangre de ese rey maldito que no merecía estar vivo.
"Quien diría que un día te encontrarías en estas circunstancias, basura... y quien diría que yo tendría el honor de asesinarte".
"¿Cómo te atreves a hablarle así a tu rey?" preguntó él, receloso, un tanto confiado en que podría acabar conmigo. "¿Cuánto dinero quieres por darte la vuelta y traicionar a tu grupo de niñatos insolentes?".
No respondí a su pregunta con palabras. Sólo lancé mi espada a toda velocidad en dirección a su cuello; y sin siquiera planearlo, dio justo en el blanco. Él cayó al piso, agonizante. Murió tiempo después, dejando sólo un inmenso charco de sangre como recuerdo. Bajé la cabeza y mi cuerpo perdió toda su fuerza. "Ni todo el dinero del mundo podría comprar lo que yo deseo... justicia."
Caminé a duras penas en dirección al cadaver del rey y quité mi espada de su cuello. Limpié la misma con los ropajes inferiores cubriendo mis piernas y salí de la habitación.
Encontré a todos mis camaradas heridos de gravedad. Ellos me miraron tensos, pero levanté mi espada al techo, dando a conocer que habiamos ganado la guerra.
Tomamos el castillo. La gente de la ciudad pudo dormir pacíficamente esa noche. No necesitabamos un rey que impusiera su poder... y yo no quería reinar sobre personas que tenían los mismos derechos que yo en todo sentido. Alguien tenía que llenar ese puesto, una persona que no fui yo. Yo sólo me dediqué y me dedico, ahora mismo, a defender el honor que ganamos con nuestras propias manos, dando la cara por nuestra alianza en cada situación que es necesitada mi presencia.
Aquel que intente ir en contra de nuestros ideales, probará el sabor de la muerte y no tendrá chance a dar marcha atrás."
--------------------------------------------------
Bueno chicos, bienvenidos al reino. La verdad es que "el reino de las alturas" es un nombre provisiorio. Me gustaría definirlo democráticamente luego con toda la alianza. Dejaré la ficha que deberán rellenar para ser parte de este reino (la misma que rellené yo). Son 7 cupos por el momento, para que sean personas equitativas con la otra alianza.
Ficha
Nombre:
Apariencia física (pueden poner sólo una imagen si es que así desean, o describirla también):
Clase:
Personalidad:
Arma de preferencia:
Historia (puede ser del largo que ustedes deseen, mientras más detallada mejor. La idea es que describan cómo llegaron al reino, o su vida antes de eso):
Todos son bienvenidos mientras haya algún cupo disponible. La idea es que lo pasemos bien en esta actividad y sea un grato momento el compartir. Pueden reservar el cupo también, no es necesario que rellenen su ficha tan apresurados.
Cupos ocupados: 0:
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Saludos~