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Paulatinamente me adueño de lascadenas que apresan mi cuerpo. Poco a poco, me libero de la asfixia a la que mehan sometido durante años y las convierto en mi fuerza. En mi escudo. En… misarmas. ’’


La noche
caía en las redes de la oscuridad y consigo arrastraba las horas para que el
plan de Alana, la joven líder del clan Wolf, diera comienzo. El objetivo de la
susodicha no era ni más ni menos que salir de la prisión de una vez por todas;
a toda costa, fuera cual fuera el precio a pagar. Tenía todo planeado, hasta el
más mísero detalle era imprescindible para que su fuga saliera a pedir de boca.
Ahora, tan solo quedaba una última cosa, la principal: llevarlo a cabo con
éxito y salir del nido de monstruos donde la mantuvieron presa durante unos
largos y tendidos siete años. Aún sin haber puesto un pie fuera ya se
proclamaba libre. Sin embargo, se hallaba asustada por la posibilidad de que su
plan fallase. Aun si su terqueza se negaba a aceptarlo.

Echaba
de menos su hogar y a su familia, correr por sus tierras libremente y a sus
anchas sin que nadie le dijera qué hacer o decir. Pero siete años no eran
precisamente pocos y, ciertamente, su rango en la manada de lobos peligraba aun
ejerciendo su puesto; muchos deseaban alcanzar su título, hasta tal punto de
traicionarla y mandarla derecha a una muerte segura. Tal y como hizo Nicholas;
el hombre al que depositó toda su confianza y termino abusando de ella.

Nichols,
también llamado así y conocido como el rey lobo, tendió una emboscada a Alana y
la vendió cual esclavo a la aldea más cercana. Allí la tuvieran encerrada y
como objeto de diversión y burla para ojos de familias con poder y dinero. Tal
era la humillación que recibía diariamente que los deseos fervientes de
venganza que emanaban de ella se disiparon con el tiempo hasta quedar en un
intento de fallido de hacer pagar el precio a su amigo por la vil traición que
le ocasionó. No obstante, lo que aún perduraba en su interior eran las ganas de
salir del profundo abismo en el que estaba metida; durante años planeó con
cautela su escapada. Estudió cada rincón del calabozo cuando le era permitido
salir, perfeccionó y busco los puntos débiles de las técnicas de defensa de los
guardias para usarlas a su favor. Asimismo, conocía de antemano todo lo que en
un principio le suponía peligro alguno. Sin embargo, siempre le faltaba una
única cosa: un arma. Al principio no hallaba ninguna, ni las piedras más duras
que se hallaban en el calabozo eran suficientes para defenderse con espadas
bien afiladas y empuñadas por guerreros ya entrenados. Pero con el tiempo se
dio cuenta que tenía una en sus mismísimas narices; las cadenas que la
apresaban en un rincón oscuro de la fría celda eran su oportunidad viable para
escapar. Su as en la manga. En su bolsillo derecho guardaba las llaves que
antaño había tomado prestadas para su cometido. Tan solo era cuestión de dejar
pasar las horas hasta el momento oportuno y el plan se pondría en marcha.
La luz
de la luna invadía con débiles rayos la celda, sus colores pálidos y helados
hacían juego con los ojos de Alana; de un hielo que no se derrite. Al contrario
de éstos, su pelo rojo como el fuego seguía siendo tan ardiente como siempre.
Expectante, observaba con ansía el último guardaba que quedaba vigilando el
pasillo. Estaba despistado, contando los minutos que faltaban para que su turno
terminara. Alana, sigilosa como de costumbre, agarró una de las cadenas que
estaban atadas en sus muñecas pero no a la pared y se dispuso a rodear el cuello
del hombre en cuestión. Tardó escasos minutos en dejarlo inconsciente y sin más
preámbulos abrió la reja. Libre, por fin.
La
primera fase estaba superada. Ahora era la hora de afrontar la batalla y luchar



por volver con los suyos.