28-07-2013, 05:39 PM
La nieve aun caía por la ventana pese al paso del tiempo, una semana nevando sin parar, una semana confundiendo su tez pálida con el agua congelada, una semana disfrutando de cada segundo de su compañía durante las vacaciones de Navidad. La gente dictaba alegre en las calles el milagro blanco de los festejos, los padres no dejaban a sus hijos por el endemoniado trabajo, la familia estaba reunida, y yo, estaba con ella, blanca como la leche me tenía apresado con sus finos brazos en la cama. Bajo tres capas de mantas, yacíamos en forma de ovillo, me entretenía jugando con sus labios entre mis dedos de la mano derecha a la par que la izquierda mecía su cabello de fuego. Aunque podría sonar a tópico, esa joven era nieve teñida en sangre, sus ojos eran azules y vacíos, no expresaban nada excepto cuando ella estaba conmigo, que chispeaban como las llamas azules de la parte inferior de la flama de un mechero antiguo. Sus ojos despertaron, y con una sonrisa y un “idiota” haciéndose pasar por “buenos días” me soltó un puñetazo en el vientre. Rápida, tan rápida que apenas la vi, expuso su cuerpo desnudo al frío de la mañana sin dejarme divisar ni una triste curva, y al doblar la esquina del umbral de la puerta mi embobado oído solo escuchó un “me voy a duchar”. Ella decía que no me quería, que era un mero objeto para ella, aunque con el tiempo aprendí a vivir con ello, y me desenamoré del propio Belcebú. Había sido un pícaro toda la semana y no iba a ser menos en aquel momento, así que, con valentía y nerviosos perdido irrumpí en el cuarto de baño. Lo único que escuché de ella fue lo siguiente: “creí que no aparecerías”, esa mujer me llevaba confundido, al borde del colapso emocional, sin duda la odiaba, y el sentimiento era mutuo. Nos duchamos juntos y ella me tenía la cabeza cogida por el cuello para que no desviara mi atenta mirada, chica lista, demasiado. Al acabar me expuso porque solo compartíamos la experiencia que es el deseo carnal (con palabras grotescas que no repetiré), lo único que salió de mi gran bocaza fue un “me tienes tanta manía que acabaras colgadita de mi” patada en la entrepierna por bocazas, siempre he maldecido esa patada.
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Sin embargo al decirme eso, el me cazó al vuelo, aunque trataba de odiar sus rizos, su timidez y sus ojos verdes, no podía, no desde la semana que habíamos pasado juntos, me daba miedo ser abandonada, me aterraba, sin embargo era demasiado cálido tan cálido…
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Tan cálido… que no me podía despegar de ella. Dentro del odio había un cosquilleo esa pazguata me saca, me sacaba y siempre me sacara que quicio.
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Ese tonto es el único que me saca una sonrisa, lo odio por hacerme sentir así.
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Yo a ella…
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Yo a él…
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Definitivamente…Le odio.
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Sin embargo al decirme eso, el me cazó al vuelo, aunque trataba de odiar sus rizos, su timidez y sus ojos verdes, no podía, no desde la semana que habíamos pasado juntos, me daba miedo ser abandonada, me aterraba, sin embargo era demasiado cálido tan cálido…
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Tan cálido… que no me podía despegar de ella. Dentro del odio había un cosquilleo esa pazguata me saca, me sacaba y siempre me sacara que quicio.
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Ese tonto es el único que me saca una sonrisa, lo odio por hacerme sentir así.
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Yo a ella…
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Yo a él…
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Definitivamente…Le odio.