Apariencia:
Había dejado atrás a mi reino natal, Sapphire, atrás para empezar una nueva vida. Todo había cambiado desde que derrocaron al rey y todos los guardianes de la familia real anterior tenían que servirle, pero luego de ver la masacre a la cual habían sido sometidos nuestros amados soberanos, algunos de mis compañeros y yo tomamos nuestras pertenencias y salimos en dirección hacia el norte.
Esa había sido mi idea. Lastimosamente no fue una de las mejores que tuve en mi vida, pero sus soldados no perseguirían a nadie por el desierto y menos que menos pisar las tierras que más allá se encontraban. Era territorio inhóspito y estaba acechado por muchos piratas de sangre fría, no había nadie que los equipara en lo que se refería a matar a sus enemigos luego de haberles robado todo lo que tenían, se sabían mover en el desierto a la perfección. Por el contrario a mi persona….no era algo a lo que estaba acostumbrada, las tierras fértiles y las montañas eran mi fuerte, más que nada porque podía confundir con facilidad a mis enemigos.
Esta vez me encontraba sola. Los otros tres muchachos que me habían acompañado murieron a los primeros días de embarcarnos allí; me detuve entre varios edificios que habían sido destruidos por la última guerra, saqué mi cantimplora y tomé un poco de agua. Mis provisiones estaban agotándose con rapidez y no tenía alguna manera de salir de allí sin un mapa y sin una brújula, confiaba en que las estrellas me estaban guiando bien hacia mi siguiente destino, la ciudadela de Mistenk. Se encontraba a no más de diez kilómetros de mi reino natal, pero como dije previamente sin una brújula ni nada se me complicaba demasiado.
Maldecía una y otra vez con cada paso que daba. Maldito seas, Alanik y todos tus seguidores por romper la paz y enterrarme en este viaje. Cuando quise darme cuenta había llegado, los ciudadanos no respondían a preguntas ni nada por el estilo sino daba monedas de Pellil (las monedas de mi ciudad), pero por suerte conocía a alguien allí que me podía ayudar: Kathrina. Una vieja amiga, una vieja y querida compañera de castillos antes de que me adjudicaran a la guardia.
Me la encontré escondida entre los montones de mercaderes, me reconoció de inmediato, le expliqué lo que pasó, me llevó hacia su cabaña e hizo un portal interdimensional, me deseó suerte y lo atravesé con esperanza.
Había cerrado los ojos porque no vi cuando se cerró el portal al escupirme contra el suelo, me froté la nariz y me levanté como pude, me encontraba justo en la parte de atrás de un café, miré a mi alrededor y no había nadie, pero escuché unas voces muy cercanas, volvía caminar hasta que me topé con un muchacho de orejas de gato y a una chica muy bonita a su lado.
-Perdón por destrozar la parte trasera de su café. Por desgracia no puedo ayudarla a arreglarlo, pero tengo dinero si así le sirve-le dije firme mientras me acercaba mostrando mi bolsa de monedas.