El resplandor - Primera parte - preliminares - 1
#1
El Resplandor
Stephen King



Primera Parte
PRELIMINARES



1. ENTREVISTA DE TRABAJO

Qué empleaducho engreído, pensó Jack Torrance.
Ullman no pasaría de un metro sesenta y cinco, y al moverse lo hacía con la melindrosa rapidez que parece ser especialidad exclusiva de los hombres bajos y regordetes. La raya del pelo era milimétrica, y el traje oscuro, sobrio, pero reconfortante. Un traje que parecía invitar a las confidencias cuando se trataba de un cliente cumplidor, y que transmitía, en cambio, un mensaje más lacónico al ayudante contratado: más vale que sea usted eficiente. Llevaba un clavel rojo en la solapa, probablemente para que por la calle nadie confundiera a Stuart Ullman con el empresario de pompas fúnebres.

Mientras lo oía hablar, Jack admitió para sus adentros que, muy probablemente, en esas circunstancias no le habría gustado a nadie que estuviera al otro lado del mostrador.

Ullman le había hecho una pregunta, sin que él alcanzara a oírla. Mala suerte; Ullman era una de esas personas capaces de archivar en su computadora mental los errores de este tipo, para tenerlos en cuenta más adelante.

—¿Decía usted?
—Le preguntaba si su mujer conoce realmente la tarea que ha de hacer usted aquí. También está su hijo, claro —echó un vistazo a la solicitud que tenía ante sí—. Daniel. A su esposa, ¿no le asusta un poco la idea?
—Wendy es una mujer extraordinaria.
—Y su hijo, ¿también es extraordinario?
Jack sonrió, con una gran sonrisa de «relaciones públicas».
—Es lógico que pensemos que sí. Para sus cinco años es un chico bastante seguro de sí mismo.

Ullman no le devolvió la sonrisa. Guardó la solicitud de Jack en una carpeta, que fue a parar a un cajón. El mostrador había quedado completamente limpio, a no ser por un secante, un teléfono, una lámpara y una bandeja de Entradas/Salidas, también vacía.

Ullman se levantó y fue hacia el archivador colocado en un rincón.
—De la vuelta al mostrador, por favor, señor Torrance.Vamos a ver los planos del hotel.

Volvió con cinco hojas grandes, que desplegó sobre la brillante superficie de nogal del mostrador Jack se quedó de pie junto a él, y notó claramente el olor de la colonia de Ullman. Mis hombres usan «English Leather», o no usan nada. El anuncio le vino a la mente sin motivo alguno, y tuvo que morderse la lengua para dominar un ataque de risa. Desde el otro lado de la pared, débilmente, llegaban los ruidos de la cocina del «Overlook Hotel», al parecer, estaba terminando el servicio de comidas.
—La última planta —anunció con viveza Ullman—, es el desván. Ahí no hay ahora mas que trastos. El «Overlook» ha cambiado de manos varías veces desde la guerra y parece que cada uno de los directores ha ido echando al desván todo lo que no quería. Quiero que se pongan ahí ratoneras y cebos envenenados esparcidos. Algunas camareras de la tercera planta dicen que han oído ruidos como de algo que corriera. Yo no lo creo, ni por un momento, pero no debe haber ni siquiera una oportunidad entre cien de que una sola rata se aloje en el «Overlook».

Jack, que sospechaba que todos los hoteles del mundo alojaban una o dos ratas, se calló la boca.

—Naturalmente, no dejará usted que su hijo suba al desván bajo ninguna circunstancia.

—No —contesto Jack, y volvió a mostrar su sonrisa de «relaciones públicas». Que situación más humillante. ¿Acaso ese empleaducho engreído, piensa que voy a dejar a mi hijo jugar en un desván con ratoneras, atestado de trastos y de sabe Dios que otras cosas?.

Ullman hizo a un lado el plano del desván y lo puso debajo de los otros.
—El «Overlook» tiene ciento diez habitaciones —anuncio con voz educada—. Treinta de ellas, todas suites, están aquí en la tercera planta. Diez en el ala oeste (incluyendo la suite presidencial), diez en el centro y las otras diez en el ala este.Todas ellas tienen una vista estupenda.

¿No podrías, por lo menos, dejar de hacerme el artículo?

Lo pensó, pero se quedó callado. Necesitaba el empleo.

Ullman puso la tercera planta debajo de las demás y los dos examinaron el plano de la segunda.

—Cuarenta habitaciones —explicó Ullman— treinta dobles y diez individuales. Y en la primera planta, veinte de cada clase. Además, tres armarios de ropa blanca en cada planta y los almacenes uno en el extremo este de la segunda planta, y otro en el extremo oeste de la primera ¿Alguna pregunta?.
Jack negó con la cabeza y Ullman hizo a un lado los planos de la primera y segunda planta.

—Bueno, ahora la planta baja. Aquí en el centro, está el mostrador de recepción. Detrás de él la administración. El vestíbulo mide veinticinco metros a cada lado del mostrador. Aquí en el ala oeste, están el comedor «Overlook» y el salón «Colorado». El salón de banquetes y el de baile ocupan el ala este. ¿Alguna pregunta?.

—Solo referente al sótano, que para el vigilante de invierno es el lugar más importante —respondió Jack—. Vamos donde se desarrolla la acción.
—Todo eso se lo enseñará a usted Watson. El plano de los sótanos está en la pared del cuarto de calderas —frunció el ceño con aire de importancia, quizá dando a entender que como director a él no le concernían aspectos del funcionamiento del «Overlook» tan terrenales como las calderas y la fontanería—. Tal vez no sea mala idea poner algunas ratoneras ahí abajo también. Espere un minuto.

Garabateó una nota en un bloc que sacó del bolsillo interior de la chaqueta (cada hoja llevaba en bastardilla la inscripción De la mesa de Sitian Ullman), arrancó la hoja y la dejó en el espacio marcado «Salidas» en la bandeja donde quedó con aspecto solitario. El bloc volvió a desaparecer en su bolsillo, como si acabara así algún truco de magia. Mira chico, ahora lo ves ahora no lo ves. Este tipo es un verdadero artista.

Estaban de nuevo en la posición del principio, Ullman detrás del mostrador y Jack frente a el entrevistador y entrevistado solicitante y patrón reacio. Ullman entrecruzó sus pulcras manecitas sobre el papel secante y miró directamente a Jack, Ullman era un hombrecillo menudo y calvo, con traje de banquero y discreta corbata gris. La flor que lucía en la solapa estaba contrapesada por una pequeña insignia del lado opuesto sobre la que se leía simplemente en menudas letras doradas PERSONAL.

—Le seré completamente franco, señor Torrance. Albert Shockley es un hombre muy poderoso que tiene grandes intereses en el «Overlook»… que por primera vez en su historia ha dado ganancias en la última temporada. El señor Shockley pertenece también al Consejo de Administración pero no es hombre de hostelería y él sería el primero en admitirlo. Ahora bien en lo que respecta a este asunto del vigilante, ha expresado claramente sus deseos: quiere que le contratemos a usted, y así lo haré. Pero de haber tenido libertad de acción en esta cuestión, yo jamás le habría admitido.

Sudorosas, luchando una con otra, las manos de Jack se trababan tensamente. Empleaducho engreído, empleaducho engreído, empleaducho...
—No creo que a usted le importe mucho mi opinión, señor Torrance, ni a mí me importa la suya. Y sin duda sus sentimientos hacia mí no tienen nada que ver en mi convicción de que no es usted el hombre para este trabajo. Durante la temporada que va del 15 de mayo al 30 de setiembre, el «Overlook» emplea a ciento diez personas en dedicación completa; una por cada habitación del hotel, podríamos decir. No creo que haya entre ellos muchos a quienes yo les caiga simpático, y sospecho que algunos me consideran un poco odioso. Puede que tengan razón al opinar así de mi carácter; para administrar este hotel de la manera que se merece, tengo que ser un poco odioso.

Miró a Jack en espera de algún comentario, pero éste volvió a desplegar su sonrisa de «relaciones públicas», amplia e insultantemente llena de dientes.
—El «Overlook» —explicó Ullman— fue construido entre los años 1907 y 1909. La ciudad más próxima es Sidewinder, a sesenta y cinco kilómetros al este de aquí, por carreteras que desde fines de octubre o noviembre quedan cerradas hasta abril. Lo construyó un hombre que se llamaba Robert Townley Watson, el abuelo de nuestro actual encargado de mantenimiento. Aquí se han alojado los Vanderbilt, los Rockefeller, los Astor y los Du Pont. Y la suite presidencial la han ocupado cuatro presidentes: Wilson, Harding, Roosevelt y Nixon.

—De Harding y de Nixon yo no estaría tan orgulloso —murmuró Jack.
Ullman frunció el ceño, pero continuó indiferente.
—Para el señor Watson fue demasiado, de manera que vendió el hotel en 1915. Se volvió a vender en 1922, 1929 y 1936, y estuvo vacante hasta fines de la Segunda Guerra Mundial. Entonces fue adquirido y completamente renovado por Horace Derwent, millonario inventor, piloto, productor de cine, empresario.
—Le conozco de nombre —comentó Jack.

—Claro. Parecía que todo lo que él tocaba se convertía en oro... a excepción del «Overlook». Se gastó en él más de un millón de dólares antes de que el primer huésped de posguerra atravesara sus puertas, para convertir esa reliquia decrépita en un lugar de moda. Fue Derwent quien hizo instalar las canchas de roque que le vi a usted admirar cuando llegó.

—¿De roque?
—Un antepasado británico de nuestro croquet, señor Torrance. El croquet es un roque bastardeado. Según cuenta la leyenda, Derwent aprendió el juego de su secretario social y quedó completamente prendado de él. Es posible que la nuestra sea la mejor cancha de roque en Norteamérica.

—No me cabe duda —asintió seriamente Jack. Una cancha de roque, un jardín ornamental en que los arbustos por allí esparcidos estaban recortados en forma de animales... ¿qué más? Una figura de tamaño natural de Uncle Wiggly tras el cobertizo para los equipos del juego. Empezaba a cansarse del señor Stuart Ullman, pero era obvio que éste no había terminado. Iba a decir lo que se había propuesto, hasta la última palabra.

—Después de perder tres millones, Derwent se lo vendió a un grupo de inversionistas californianos, cuya experiencia con el hotel fue igualmente mala. No eran gente de hostelería, simplemente.

»En 1970, el señor Shockley y un grupo de sus asociados compraron el hotel y me confiaron su administración. También nosotros hemos seguido teniendo números rojos varios años, pero me alegro de decir que la confianza que me tienen los actuales propietarios jamás se ha debilitado. El año pasado no tuvimos pérdidas. Y este año, por primera vez, en casi siete décadas, las cuentas del «Overlook» se escribieron con tinta negra.

Jack se imaginaba que el orgullo del hombrecillo estaba justificado, pero después el desagrado del primer momento volvió a inundarle en una oleada.
—No veo relación entre la historia del «Overlook», realmente interesante, lo admito, y la sensación suya de que no valgo para el puesto, señor Ullman —señaló.

—Una de las razones de que el «Overlook» haya perdido tanto dinero consiste en la depreciación que se produce todos los inviernos, y que reduce el margen de ganancias mucho más de lo que podría usted creer, señor Torrance. Los inviernos son de una crudeza increíble. Para hacer frente al problema contraté a un vigilante permanente, para que mantuviera encendidas las calderas y fuera rotando diariamente las partes del hotel que reciben calefacción. Para que fuera reparando las averías que se produjeran, de manera que los elementos no pudieran ganarnos. Para que estuviera constantemente alerta a todas y a cada una de las contingencias posibles. Durante nuestro primer invierno tomé a una familia, en vez de contratar a un hombre solo, y se produjo una tragedia. Una tragedia horrible.

Ullman miró a Jack con mirada fría.
—Cometí un error, y no tengo inconveniente en admitirlo. El hombre era un borracho.

Jack sintió que en su boca se dibujaba una mueca áspera y lenta, la total antítesis de la sonrisa de «relaciones públicas» llena de dientes.
—¿Conque era eso? Me sorprende que Al no se lo haya dicho. Yo he dejado la bebida.

—Sí, el señor Shockley me dijo que ya no bebía usted. Y me habló también de su último trabajo... de su último cargo de responsabilidad, digámoslo así. Usted enseñaba inglés en una escuela preparatoria de Vermont, y tuvo un arranque de mal genio... creo que no es necesario que sea más explícito. Pero es que, casualmente, yo creo que el caso de Grady tiene cierta relación, y por eso he traído a la conversación el tema de su... historia anterior. Durante el invierno del 70 al 71, después de la restauración del «Overlook», pero antes de nuestra primera temporada, contraté a ese... ese desdichado que se llamaba Delbert Grady, y que ocupó las habitaciones que ahora compartirá usted, con su mujer y su hijo. Él tenía mujer y dos hijas. Yo tenía mis reservas, entre las cuales las principales eran el rigor de la estación invernal y el hecho de que los Grady se pasarían de cinco a seis meses aislados del mundo exterior.

—Pero eso, en realidad, no es así, ¿verdad?. Aquí hay teléfono y probablemente también alguna radio de aficionado. Además, el Parque Nacional de las Montañas Rocosas está dentro del alcance de vuelo de un helicóptero, y estoy seguro de que con una extensión tan grande deben tener uno o dos de esos aparatos.

—Eso no lo sé —admitió Ullman—. El hotel tiene un emisor y receptor de radio que el señor Watson le enseñará, y le dará también una lista de las frecuencias en que debe transmitir si necesita ayuda. Las líneas telefónicas con Sidewinder todavía son aéreas, y casi todos los inviernos se caen en algún punto; entonces es probable que queden por el suelo entre tres semanas y un mes y medio. En el cobertizo hay también un vehículo para la nieve.
—Entonces, el lugar no está realmente aislado.
El señor Ullman parecía apenado.

—Imagínese que su mujer o su hijo se cayeran por las escaleras y se rompieran el cráneo, señor Torrance. ¿Pensaría usted entonces que el lugar no está aislado?

Jack comprendió a qué se refería. Un vehículo para la nieve, a toda velocidad, le permitiría a uno llegar a Sidewinder en una hora y media... con suerte. Un helicóptero del servicio de rescate de los parques podría llegar en tres horas... en condiciones óptimas. Pero si había una tormenta de nieve no podría despegar, ni se podía contar con ir a toda velocidad en un vehículo de esos, aunque se arriesgara uno a salir con una persona gravemente herida, afrontando temperaturas que podían ser de veinticinco grados bajo cero... o de cuarenta y cinco, teniendo en cuenta el viento como factor de enfriamiento.

—En el caso de Grady —continuó Ullman—, yo me hice el mismo razonamiento que aparentemente se ha hecho el señor Shockley en el caso de usted. La soledad en sí misma puede ser peligrosa. Es mejor que un hombre tenga consigo a su familia. Si hay algún problema, pensé, lo más probable es que no sea algo tan urgente como una fractura de cráneo o un accidente con alguna de las herramientas mecánicas o un ataque epiléptico. Un caso grave de gripe, una neumonía, un brazo roto... incluso una apendicitis. Cualquiera de esas cosas habría dejado tiempo suficiente.

»Sospecho que lo que sucedió fue consecuencia de un exceso de whisky barato (del cual, sin que yo lo supiera, Grady había hecho una abundante provisión) y de una extraña reacción a la que antes solían llamar fiebre de encierro. ¿Conoce usted la expresión? —preguntó Ullman con una sonrisita de suficiencia, dispuesto a explicarla tan pronto como su interlocutor hubiera admitido su ignorancia; pero Jack, ni corto ni perezoso, le respondió con rápida precisión:

—Es la forma popular de denominar una reacción claustrofóbica que puede darse cuando varias personas se encuentran encerradas durante un tiempo prolongado. La sensación de claustrofobia se exterioriza como aversión hacia la gente con quien uno se encuentra encerrado. En los casos extremos puede dar como resultado alucinaciones y violencia, que pueden llevar al asesinato por motivos tan triviales como una comida quemada o una discusión sobre a quién le toca lavar los platos.

Ullman le miró un tanto perplejo, de lo cual Jack se sintió muy feliz. Decidió llevar un poco más lejos su ventaja, mientras silenciosamente prometía a Wendy que conservaría la calma.

—Me imagino que se equivocó usted en eso. ¿Grady les hizo daño?
—Las mató, señor Torrance, y después se suicidó. Asesinó a las pequeñas con un hacha y a su mujer con una pistola, y con ésta se suicidó. Tenía una pierna rota. Indudablemente, estaba tan borracho que se cayó por las escaleras.
Ullman separó ambas manos, mientras miraba virtuosamente a Jack.

—¿Qué estudios tenía, secundarios?
—En realidad, no —respondió Ullman con cierta rigidez—. Yo pensé que un hombre... menos imaginativo, digamos, sería menos susceptible a los rigores, a la soledad...

—Pues ése fue su error —declaró Jack—.Un hombre necio es más propenso a la fiebre de encierro, de la misma manera que tiene más propensión a matar a alguien por una partida de naipes o a cometer un robo siguiendo el impulso del momento. Porque se aburre. Cuando nieva, no se le ocurre otra cosa que mirar la TV o hacer solitarios, y hacerse trampa cuando no puede sacar todos los ases. No tiene otra cosa que hacer que quejase a su mujer, reñir a los niños, y beber. Le cuesta dormirse sin oír más que el silencio. Entonces se emborracha para dormirse; y después se despierta con resaca. Se pone quisquilloso. Y para colmo se queda sin teléfono y el viento le tira la antena de televisión y no puede hacer nada más que pensar y hacer trampas en el solitario y ponerse cada vez más y más quisquilloso. Y por último... bum, bum, bum.

—¿Y en cambio un hombre más culto, como usted, digamos?
—A mi mujer y a mí nos gusta leer. Yo estoy escribiendo una obra de teatro, como tal vez le haya dicho Al Shockley. Danny tiene sus rompecabezas, sus libros para colorear y su radio de galena. Yo tengo idea de enseñarle a leer y también a usar las raquetas para la nieve. A Wendy también le gustaría aprender a manejarlas. Sí, creo que podríamos mantenernos ocupados y no tirarnos los trastos a la cabeza unos a otros si se nos averiara la TV —hizo una pausa—. Y Al le dijo la verdad cuando le contó que yo había dejado de beber. Lo hice, antes, y la cosa llegó a ser grave; pero en los últimos catorce meses no he probado ni un vaso de cerveza. No tengo la intención de traer aquí ni una gota de alcohol, ni pienso que haya oportunidad de conseguirlo después de que empiece a nevar.
—En eso tiene usted toda la razón —aceptó Ullman—. Pero mientras estén aquí ustedes tres, los problemas posibles se multiplican. Yo se lo advertí al señor Shockley, y él me dijo que asumía la responsabilidad. Ahora ya se lo he advertido a usted y, al parecer, está también dispuesto a asumiría.

—Así es.

—De acuerdo. Lo aceptaré, ya que no tengo otra opción. Pero así y todo, yo preferiría tener un joven universitario sin familia que quisiera tomarse un año de descanso. En fin, es probable que usted lo haga bien. Ahora lo llevaré a ver al señor Watson, que le enseñará el sótano y los terrenos adyacentes al hotel. A menos que tenga usted que hacerme alguna pregunta.
—No, ninguna.

Ullman se puso de pie.
—Espero que no queden entre nosotros resentimientos, señor Torrance. En las cosas que le he dicho no hay nada personal. Lo único que quiero es lo que sea mejor para el «Overlook». Es un gran hotel, y quiero que siga siéndolo.
—Claro que no hay ningún resentimiento —le aseguró Jack, de nuevo con la sonrisa de «relaciones públicas», pero se alegró de que Ullman no le ofreciera la mano. Vaya, si había resentimientos. De todas clases.

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#2
Ahhh no lo leí completo, de todos modos ya sé de que va XD deberias de continuarlo o quizás, solo sugerencia, podrias hacer tu la lectura c: a manera de podcast o algo asi.

Saludos!
Responder
#3
excelente aporte! me parece genial, especialmente el transcribirlo al foro ayuda a mucha gente que o no lo puede conseguir en físico o simplemente no quiere descargar ebooks etc...

me gustaría que lo continuaras y fueras dejando los capítulos en spoilers para hacer un seguimiento más fácil, igual con el otro libro que comenzaste a transcribir.

gracias por el aporte.
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#4
(13-06-2014, 03:10 AM)Yoshimitsu Cáleon escribió: Ahhh no lo leí completo, de todos modos ya sé de que va XD deberias de continuarlo o quizás, solo sugerencia, podrias hacer tu la lectura c: a manera de podcast o algo asi.

Saludos!
No puedo, ya lo había pensado por eso... la sugerencia del final :).
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