05-09-2020, 08:34 PM
Teoría Bow-Wow sobre el origen del lenguaje
La teoría Bow-Wow es una teoría temprana que trata de explicar, como la teoría del Big-Bang trata de explicar el origen del universo, un misterio no tan cósmico pero sí tan peculiar: cómo los humanos empezamos a utilizar el lenguaje, cómo empezamos a pronunciar lo que podemos considerar el origen de nuestra capacidad para comunicarnos.
Origen del lenguaje: el problema.
Hallar el origen del lenguaje parece una tarea mucho más aprensible que la de hallar el origen del universo, pero los científicos que lo estudian se encuentran con un obstáculo imposible de vencer. Sabemos que las palabras, como dice el refrán, se las lleva el viento. No existe registro posible de aquel primer lenguaje. Las primeras palabras que el ser humano pronunció en la historia se han perdido para siempre sin dejar rastro ni nada que se le parezca (a menos que inventemos una máquina del tiempo). La escritura tardó mucho más en aparecer.
Los únicos datos fiables de los que disponen los investigadores para teorizar sobre el origen del lenguaje son los fósiles de homínidos que existieron y se extinguieron, de aquellos que pertenecieron a la carrera de la evolución humana. Nos sirven de pistas la evolución de la garganta y otras estructuras que nos permiten pronunciar tanta variedad de sonidos y con tanta habilidad. También nos sirve de indicio la evolución de la cavidad craneana, a la que podemos considerar como un reflejo de la evolución de nuestra inteligencia.
¿Qué debimos necesitar para que se originase nuestra capacidad de hablar? El cambio de nuestro aparato fonador aunado con un cambio en nuestras estructuras encefálicas que controlan con esmero y precisión la articulación (principalmente área de Broca) fue una de estas necesidades. Somos la especie con mayores habilidades articulatorias y linguales, la que más movimientos precisos puede hacer con su boca y resto de aparato fonador. Pero a esto tuvo que unirse, claro está, un “nuevo nivel” de habilidades mentales (consciencia, capacidad simbólica, la asociación de diversos sistemas sensoriales, etc.)
Lo único que parece claro y lógico es que estas habilidades, como el resto de las que disponemos, no debieron de surgir como una especie de “estallido charlatán” en el Homo sapiens. Nuestra capacidad de hablar debió de surgir paulatinamente gracias a procesos evolutivos, a la presión de la selección natural para dotarnos de esta habilidad debido a su gran utilidad.
Pero el problema sigue vigente. Si somos capaces en la actualidad de hablar con tal soltura es porque estamos inmersos desde pequeños en un lenguaje y somos entrenados para su uso (prueba del impacto de un entorno carente de lenguaje la encontramos en el Caso Genie). ¿Cómo se las arreglaron aquellos primeros hombres parlantes? ¿Cuál fue su motivación para “empezar a usar” eso que la selección natural fue perfeccionando?
La teoría Bow-Wow (puramente especulativa) trata de describir una motivación para que aquellos primeros hombres empezasen a articular sonidos con significado.
La teoría Bow-Wow: imitando a nuestro entorno.
Aunque la teoría Bow-Wow ha sido desestimada y criticada por ser especulativa y un tanto näif, queremos recuperarla porque plantea una posibilidad que se nos presenta bastante obvia y “natural”: la teoría Bow-Wow, atribuída al filósofo alemán Johann Gottfried Herder pero desarrollada por otros conocidos como Jean-Jacques Rousseau, plantea que el lenguaje humano se originó por imitar otros sonidos.
A grandes rasgos, la teoría Bow-Wow dice que nuestras primeras palabras fueron onomatopeyas que se utilizaban como índice de aquellos animales u objetos que los emitían. Como lo que practican algunos padres con sus hijos, la teoría Bow-Wow defiende que los primeros humanos utilizaban “guau-guau” para referirse al perro o “ssss” para referirse a la serpiente.
Si especulamos sobre el origen del lenguage, la teoría Bow-Wow tiene “cierto sentido”. Al fin y al cabo, cuando, por ejemplo, tratamos de entendernos con algún extranjero, utilizamos señales y sonidos. Tratamos de hacernos entender refiriéndonos al concepto mediante lo que se percibe de él.
Así, si tratamos de comunicarnos con un extranjero para decirle que viene un perro corriendo a atacarle, lo más probable es que pongamos cara de susto y le señalemos persistentemente en la dirección en la que viene el perro. Ahora bien, ¿qué haríamos si vemos que un extranjero se está dirigiendo a un callejón en el que hay un perro rabioso? ¿Cómo trataríamos de indicarle que en ese callejón hay un perro rabioso sin tener que acercarnos al callejón, señalarle que hay un perro y exponernos al peligro? Probablemente, utilizaríamos una mezcla de signos visuales (cara de susto, negación, imitar a un perro con las manos), y de sonidos (ladridos y gruñidos de perro). La teoría Bow-Wow postula que los primeros humanos debían de comunicarse así ya que, al no disponer de palabras comunes, lo más útil para referirnos a un concepto es emplear índices.
El problema al que se enfrenta la teoría Bow-Wow es que no hay muchas palabras en los diferentes lenguajes que puedan considerarse onomatopéyicas. En nada se parece, por ejemplo, “vaca” o “cow” a “muuu”. Y es más, cada región del mundo tiene sus onomatopeyas.
Claro que estas palabras pertenecen a lenguajes evolucionados y no a un protolenguaje como el que propone la teoría Bow-Wow. Quizás estos lenguajes se derivaron de aquella primera habilidad imitativa seleccionada por su utilidad, de la que fue evolucionando gradualmente una capacidad mental y operativa mayor que nos permitió abandonar los índices (las partes como referencia al concepto completo) y cambiarlos por signos que no guardan una relación directa con él (como las palabras no onomatopéyicas).
Aunque, claro está, aquellas primeras palabras, onomatopéyicas o no, se las llevó el viento.
Fuente: Antroporama.