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☬Tips de Rol 7.1 -Descripción de lugares parte 2☬ - Versión para impresión

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☬Tips de Rol 7.1 -Descripción de lugares parte 2☬ - Phoenix White - 09-10-2016

[Imagen: 59e23f36b8250442def64ad610e1f40b.gif]

Abrir el spoiler y leer el texto de abajo, son las imagenes descritas:
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Esta fotografía representa un paisaje de un campo florido en primavera.
En él podemos observar tres partes distintas: la que está más cerca de nosotros, que es el agua; la parte central, que está constituida por un inmenso prado cuajado de flores y algunos árboles; y una parte más lejana formada por una arboleda.
El agua del canal es azul, limpia, transparente y tranquila. Seguramente, se utiliza para regar las tierras de al lado, que están cubiertas de una capa de verde césped, de flores y de
árboles. Estos árboles no son demasiado corpulentos y tienen unas ramas, finas y largas, con muchas flores de color blanco-rosado que contrasta con el colorido fuerte y vivo del resto de las flores.
En el prado, cerca del canal y en la parte derecha de la fotografía, hay un molino con aspas que mueve el viento.
Al fondo se ven unos árboles frondosos que cierran el prado. El cielo está despejado y es celeste y luminoso.
Llama la atención en este paisaje la variedad de colores: celeste, azul, verde suave, verde oscuro, blanco, amarillo, naranja, rojo, violeta. El aire debe estar cargado de aromas suaves que desprenden las flores, los árboles, el césped y el agua.
Debe de ser agradable vivir en un sitio así, silencioso, apacible y saludable, lejos del bullicio, la contaminación y el nerviosismo de las grandes ciudades.
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Otras descripciones de lugares hechas por autores famosos:

El riachuelo que riega casi todas estas huertas, sangrado por mil acequias, pasa al lado de la que visitamos; se forma allí una presa, y cuando se suelta el agua sobrante del riego cae en un hondo barranco poblado en ambas márgenes álamos blancos y negros, mimbrones, adelfas floridas y otros árboles frondosos. (...) Las laderas que hay a un extremo de la huerta están llenas de nogales, higueras, avellanos y otros árboles de fruta. Y en la parte llana hay cuadros de hortalizas de fresas, de tomates, patatas, judías y pimientos, y su poco de jardín, con gran abundancia de flores. (...) La casilla del hortelano es más bonita y limpia de lo que en esta tierra suele ver, y al lado de la casilla hay otro pequeño edificio reservado para el dueño de lafinca.

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Pero, sobre todo, tenía empeño en visitar el carmen de la Cruz Blanca, donde habíamos vivido por algún tiempo, arriba en el Albayzín. Lo recordaba bien, era una casa muy espaciosa, con columnas de marmol en el bajo y, en el piso superior, precisamente en la cámara que mis padres usaban como dormitorio, unos artesonados árabes que de cuando en cuando los turistas, entonces no tan numerosos, ingleses casi siempre, pedían permiso para admirar. El carmen tenía un jardín hermoso, extendido hasta los muros de un convento que lo cerraba al fondo; y en el jardín, un estanque alargado donde nos bañábamos los chicos. En un rincón, un espeso macizo de bambúes, al que se acogían con gran algazara los pájaros en la hora del anochecer; y más allá, una huerta dedicada a cultivar flores para la venta, enorme plantación de claveles que, con el viento, nos enviaba oleadas de densísimo perfume. En la torre, un palomar, ocupación deliciosa de mi madre a quien yo ayudaba con placer en la tarea de cuidar las aves.
"Relatos Granadinos", Francisco Ayala

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Describamos el lugar. Nos hallamos casi tendidos en el suelo. Estamos reclinados y con el codo hincado en tierra. A ratos nos tendemos del todo boca arriba y contemplamos las nubes que van bogando en el límpido azul. Nos rodean matas de tomillo y romero; a un lado, rozando nuestra cabeza, se levanta un lentisco. En las ramas de ese lentisco ha tendido su red una araña. Se encuentra invisible. No recibe visitas. Si acaso cae en la red una mosca, la red vibra ligeramente. La araña aparece por el fondo y de un salto atrapa la mosca y la va enredando en hilos sutiles. Pero no hay moscas por aquí. Lo que hay es una abejita que revolotea zumbando sobre una flor de romero. El zumbido se percibe distintamente. El lugar en que nos hallamos se eleva sobre el panorama. Un alto collado separa dos dilatadas hoyas. Los cuadros de sembradura, ora cuadrados, ora cuadrilongos, con interpolación de algún agudo cornijal, se ensamblan en inmenso tapiz. En la lejanía cierra el horizonte una montaña. No está tan lejos que parezca azulina, ni tan propincua que se nos muestre en hosquedad parda. Si tuviéramos una catalejo en este momento, a media mañana, veríamos como cruza un tren entre alcores y barrancas. La sensación de paz sería rota un instante por la evocación del trabajo ciudadano. El tren se encamina a Madrid. Nos sentiríamos lejos y próximos de las agitaciones humanas. (…)

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LAS NUBES
¿De dónde, ligeras, pesadas, blancas, grises, pasajeras del cielo, amantes del viento, vosotras nubes? ¿Qué sería de los cielos sin vosotras a quienes desgarran las montañas y a quienes tan dulcemente se entregan lomas y cerros? Cuando va vuestra sombra sobre los llanos, cuando se pliega sobre los barrancos, cuando parte en claros y oscuros los trigos, cuando bajáis tremendas, o graciosas subís, subís, vosotras nubes, nostalgia de la tierra, ligeras desterradas, apresuradas amantes, cuyo besar nunca es largo, cuyo destino es tan humano que está pendiente del primer viento.
...Ya están aquí las nubes, dicen los labradores. Y vuestra enorme presencia muda, llenando el cielo, añade no sé qué misterio a la vida. Ya están aquí las nubes.
En un ligero humo blanco primero, tenue, casi invisible, un algodoncillo sobre la asierra que se confuden con la nieve, y luego unas manos inmensas que van palpando el azul, estrujándolo, ciñéndolo, abriédolo en grandes lagunas por donde se escapan los ojos.
...Ya están aquí las nubes.
Y las nubes, como los enamorados, se hacen huidizas con el deseo e impertinentes con la abundacia. Pero su presencia llena como su nombre, como su fecundidad.


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La mesa en que yo trabajo está junto a una ventana baja, apaisada, sin cristales; abajo,a derecha e izquierda, se extiende una calle recta, blanca, estrecha, de limpias casas bajas; enfrente se abre una callejuela corta, en pendiente; un carpintero golpea en esta calle con su mazo de cuando en cuando; una extensión parda, negruzca, de tejados de mil formas y alturas se ofrece ante mi vista.

Yo tengo una profunda simpatía por los tejados. Yo amo los tejados viejos, los tejados silenciosos, los tejados impasibles, los tejados de las vetustas ciudades, los tejados que se muestran planos, anchos, soberbios, en los palacios y en las catedrales, o los tejados pequeñitos que parecen esconderse en un rincón, en la sombra, en la profundidad de dos esquinados, o los tejados locos, audaces, que adoran las ventanas y que sobresalen para mirarlas en un anchuroso alero sostenido por ménsulas carcomidas, alabeadas. Yo tengo, sobre la mesa, ante mí, las blancas cuartillas y contemplo un instante, antes de ponerme a escribir, el panorama de las techumbres. A lo lejos, al final de los negros tejados, aparecen las cimas gráciles, ondulantes, cimbreantes, de dos, cuatro eucaliptus, que me atalayan atentas, curiosas, femeninas, por encima de las casas de la ciudad: son los eucaliptus de un jardín sombroso y fértil; después de ellos, más allá, en el fondo, ya aparecen las anchas y suaves laderas de una montaña; a trechos, por entre la verdura de los sembrados -si es en invierno-, o de las viñas -si es en verano-, destacan serpenteando, reptando hacia la altura, perdiéndose, reapareciendo, los senderos blancos; dos, tres casas refulgen nítidas; una línea de almendros retorcidos surge acá y allá, exornando los dorados ribazos. Y en lo alto, la roca ya pelada, limpia, de la montaña, se recorta con una silueta de altibajos suaves en un cielo diáfano, brillante, de añil intenso, luminoso.

Yo aparto mi vista, al fin de estas laderas, de estas cumbres radiantes, de esta bóveda azul, y me apresto a escribir. Son las ocho de la mañana; ésta es la hora en que la pequeña ciudad comienza a vivir. Ya han sonado allá abajo, en la iglesia, las primeras campanadas graves, profundas, de misa mayor; las herrerías ya están cantando; un gallo cacarea a lo lejos con un grito fino, metálico; el carptinero golpea de tarde en tarde con su mazo sonoro. Este es el momento en que todos los ruidos, todas las luces, todas las sombras, todos los matices, todas las cosas de la ciudad tornan a entrar, tras la tregua de la noche, en su armoniosa síntesis diaria. ¿No sentís vosotros esta concordancia secreta y poderosa de las cosas que nos rodeán? ¿No veis en esta pequeña ciudad una vida tan intensa, tan bella como la de las más grandes y tumultuosas urbes del mundo? Todo merece ser vivido en la vida; no hay nada que sea inexpresivo, que sea opaco, que sea vulgar a los ojos de un observador.

Fuente: https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=1033161500077708&id=925287177531808&substory_index=0