Usted va de pasajero en el vagón 15 del tren más ordinario de su país, lo ha tomado tarde porque no se ha concedido la molestia de revisar su reloj y discernir que si se hubiese permitido el tiempo para administrarse correctamente, ahora mismo, no estaría respirando el aire tóxico de los demás vagones ocupados de fumadores con experiencia al tráfico de humo negro y hediondo que estas singulares personas cargan y expelen de sus aquejados pulmones, si es que, alguna vez, se han hecho conscientes de la falta a la consideración de su espacio y del derecho que usted tiene de respirar un aire limpio, sano y libre de células cancerígenas a la que usted está expuesto, pero el olor se impregna en usted, como goma de mascar, que en su terquedad se adhiere con la fuerza de un imán a su delicada ropa que con tanto esmero le cuesta mantener limpia pues la ha comprado un día antes de abordar dicho tren y, sin embargo, es también la razón principal por la cual usted no ha podido tomar el susodicho transporte, debido a una camiseta nueva que le sedujo cuando le vio en aquel aparador de un bazar caro, un día antes, en el centro de la ciudad, y por esto es que le tiene sumo cuidado, cariño y recelo pues es de marca, es de una calidad envidiable, es cara y es la primera vez que la usa, además de que se durmió hasta altas horas de la noche admirando su camiseta nueva favorita después de lavarla, vigilando que nada ni nadie la tocase pues, para usted aquella prenda era más valiosa que llegar a tiempo a tomar el endiablado tren para llegar a su destino, ahora va treinta y cuatro minutos tarde y se repite a sí mismo que cuando regrese a casa tomará la camiseta con coraje, le dedicará unas últimas palabras y la guardará en el armario permanentemente para recordarle que ningún capricho o travesura es más importante que su preciado tiempo. Usted va de pasajero en el vagón 15 del tren más ordinario de su país, va tarde, está frustrado y apesta a cigarro, y sorprendentemente no sabe a dónde va ni por qué, sólo sabe que llegará tarde.