Al salir del huevo, lo primero que Cyndaquil sintió fue la ceniza ardiente entre sus diminutas patitas, el aroma a madera quemada y destellos de luz llameante en medio de la más completa oscuridad. Por más que intentara abrir los ojos, todo se veía negro a su alrededor, aun cuando el humo no salía por montones de la boca del volcán apenas y podía distinguir manchones borrosos que podían ser comida… o una muerte inminente.

En su mente, el pequeño pokémon se imaginaba cómo eran realmente aquellas manchas llenas de colores y de formas de lo más curiosas. Al menos por unos instantes…

El volcán estalló. El estruendo lo hizo bolar por los aires y, al caer, sintió el enorme estruendo haciéndolo vibrar. Sin la necesidad de ver nada, sabía que algo peligroso se acercaba… la furia del volcán. Corrió y corrió, pero aquello cada vez estaba más cerca, sentía el calor que ni su pelaje le permitía soportar. Se sintió cada vez más caliente.

Sin saber cómo, se sintió rodeado de llamas y la oscuridad a su alrededor dio paso a una luz cegadora. Se envolvió en un mar de llamas que lo hizo más rápido que el estruendo del volcán y cuando sintió que la tierra se partía a sus patas, saltó.

Ya no se encontraba en lo alto del volcán, había mucho pasto a su alrededor… colores vivos, formas alargadas y un cielo azul. Los ojos del ahora Quilava podían verlo todo. Un nuevo mundo para explorarlo.