24-05-2019, 03:20 PM
(Última modificación: 24-05-2019, 03:21 PM por AlexNihilist.)
Os traigo un escrito que iba a convertirse en manga, pero que por falta de tiempo tanto del dibujante como mía ha acabado en el baúl de los proyectos pendientes. Cualquier crítica será más que bienvenida (no os preocupéis por las faltas de ortografía si encontráis alguna, en una primera revisión que haga en el futuro se solucionará).
EL TERCER UMBRAL -PRÓLOGO-
Hace 1000 años, el Señor del Vacío fue desterrado de la faz de nuestro mundo. Durante casi 5000 años había sometido a la población de Qíridan, provocando que la especie humana se convirtiera en una especie esclava de las Criaturas del Vacío, venidas de un lugar más allá de las estrellas, más allá del plano de la realidad existente. Las leyendas cuentas que eran seres repugnantes, seres capaces de provocar la peor de las pesadillas. Seres que se alimentaban de la sangre humana.
La humanidad, casi de inmediato, se esforzó por oponerse al yugo ejercido por el peor de los males a los que jamás se había enfrentado. La resistencia de nuestra especie fue durante milenios heroica, enconada y lamentablemente, fútil. Millones fueron los hombres y mujeres que perecieron a manos de los secuaces del Señor. No obstante, aprendimos a escondernos, organizamos redes de espías en las ciudades bajo el dominio enemigo, creamos ciudades enteras subterráneas y poco a poco, con suma paciencia, plantamos la semilla de la rebelión. Hace 1400 años comenzó la llamada Guerra por la Humanidad. Hace 1000 años, vencimos y nos libramos de la bestia. Hace 1000 años, recuperamos el control de la que había sido nuestra tierra. Y sin embargo, en estos 1000 años, no hemos aprendido nada.
Mil años de guerras entre imperios y reinos que nacían y morían con las estaciones. Mil años de caos y destrucción. Parece que cuando la humanidad no tiene a un enemigo común, ya se encarga de encontrar en sí misma una nueva amenaza a la que hacer frente. Y en los primeros años del Segundo Milenio, nací yo, el cuarto hijo de una familia noble empobrecida, que tuvo que enviarlo desde una temprana edad a servir en la corte del rey Relfvan II, como paje de uno de los caballeros reales. La oportunidad fue única en su momento y mi familia la aceptó encantada. Durante catorce años he servido a mi señor, Jareks Luthen y hoy, el octavo día del mes Emediara, me convertiré por fin en caballero. Yo, Toben Scilga, por fin podré empezar a restaurar el honor de mi casa y juro ante los doce dioses que jamás descansaré hasta que mi apellido resuene en los ecos de la historia.
Morí. Lo sé. Recuerdo con total exactitud el momento en que el desconocido alzó el arma y me apuntó con una mano temblorosa mientras con la otra estirada exigía que le entregara el teléfono móvil. Quizá fue porque tardé demasiado, quizá era inevitable, pero lo cierto es que de un modo u otro, apretó el gatillo. No alcancé a escuchar la detonación: la bala ya se había incrustado en el interior de mi cráneo, perforando hueso y carne. Acabando con mi vida, poniendo punto y final a mi existencia.
O eso es lo que debería haber pasado. Nunca he sido una persona religiosa, por ello, creí que una vez me alcanzara la muerte solo me esperaría una oscuridad infinita, un sueño eterno… Sin embargo, muy por el contrario, soy consciente de mí mismo. Puedo pensar y sentir a pesar de haber perdido mi cuerpo. Es probable que me halle en una especie de limbo. ¿Es aquí a donde van a parar los no creyentes? ¿Es este el destino que me espera durante el resto de mi existencia? ¿Por qué habría de…?
Ah… Una luz tan radiante como el propio sol me alcanza y todo se vuelve confuso.
¿D-Dónde estoy? Abro los ojos muy lentamente, tratando de acostumbrar mi visión a la penumbra de la estancia en la que me encuentro. Al cabo de unos segundos, los contornos empiezan a tomar formas definidas y soy consciente de la inmensidad de la sala en la que me hallo: columnas del tamaño de rascacielos, talladas por los más exquisitos escultores, se alzan hasta alcanzar los techos decorados con unos frescos oscuros y de escenas terribles pero de una mórbida belleza. Tapetes de finos hilos dorados centellean en las paredes, mostrando escenas tan macabras como las pintadas en el techo. Finalmente, una alfombra kilométrica de color granate se extiende desde mis pies hasta lo que parece ser la entrada al lugar, situada a cientos de metros en la distancia.
¿Hay alguien ahí? Inquiero, o al menos trato inquirir, porque lo único que sale de mi garganta es un rugido estridente y desagradable. ¿Hola? ¡¿Alguien me escucha?! Otro rugido carente de significado.
Con la frustración a flor de piel, me pongo en pie. Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo alto que era y tampoco de que mi piel fuese… ¿gris? ¿Gris y llena de cicatrices? M-Mi cuerpo… Suelto una risita ahogada. Ya no sé si reír o llorar. Cientos de cicatrices surcan la piel de mis manos y brazos, unas manos inmensas, de largos dedos huesudos y unos brazos fuertes como robles. ¡Pero si en mi vida he ido al gimnasio! ¿Cómo es posible? ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? Trato de recuperar el aliento al tiempo que intento ordenar los pensamientos desde que recuperé la consciencia. Morí en la Tierra y ahora estoy vivo aquí. ¿He reencarnado? ¿Es eso? ¿Soy una especie de aventurero o de héroe? ¿Me han otorgado una segunda oportunidad? Salgo corriendo en busca de un espejo. En este maldito palacio debe de haber uno colgado en algún lugar.
Tras internarme por una serie de corredores y subir un tramo de escaleras, llego a lo que parecen ser los aposentos de los sirvientes, por lo adusto de los mismos. Sin embargo, el pequeño espejo que yace sobre una mesita es más que suficiente. Me apresuro a cogerlo y ver el nuevo rostro que de ahora en adelante me acompañará. ¿Piel gris? ¿Soy un elfo oscuro, como en los juegos de fantasía? Alzo el espejo y este refleja mi imagen. ¡No! ¡No, no, no! ¡¡NO!! Un rostro de pesadilla, propio de la más terrible película de horror es lo único que veo. Paso mis manos por el rostro lleno de arrugas, con unos ojos saltones inyectados en sangre y una boca plagada de colmillos afilados como cuchillas. ¡Soy un monstruo! ¡Soy un jodido monstruo! Noto como el corazón me martillea el pecho y un sudor frío emerge de entre los poros de mi nueva piel reseca. Esto no me puede estar pasando a mí, debe de ser un sueño. Sí, eso es. Solo un sueño. ¡Es imposible que un ser tan espantoso exista! ¡Y mucho menos que ese ser sea yo! Coloco el espejito en su lugar y desando mis pasos, hasta volver al salón en el que desperté. Me siento sobre el inmenso trono de piedra imponente que preside el salón. Durante unos minutos, permanezco en silencio, pensando en toda clase de teorías y posibilidades.
Es entonces cuando escucho un rumor en la distancia. Al principio no le doy importancia, creyendo que se tratan de imaginaciones mías. No obstante, al cabo de unos minutos el sonido se vuelve a repetir, esta vez más cerca, resonando en las habitaciones colindantes al salón principal.
Ya está aquí. El sonido de unas pisadas renqueantes, incluso un tanto fangosas, se escucha con total claridad. Atisbo una figura en la entrada de uno de los corredores más cercanos al trono. Al principio no distingo bien de qué se trata, aunque me da la impresión de que es un ser humano, por su silueta antropomórfica. No obstante, pronto mis suposiciones caen en saco roto. El ser abandona el umbral de la puerta para aproximarse al centro de la sala. Es entonces cuando dejo escapar un grito de puro pánico. Mis manos se aferran con fuerza a los brazos de la silla y contraigo mi cuerpo todo lo que me es posible ante la visión de la bestia inmunda que se acerca cojeando hacia mí.
¡Atrás, ser de pesadilla! Intento gritar, en vano. La cosa sigue avanzando inexorablemente. ¡Aléjate de mí! ¡Vete!
— Mi señor, soy yo. Kalkeravak.
— ¿C-Cómo?
— Después de tantos siglos, es un placer volver a encontrarme con vos. Espero que esta vez logremos defender La Tercera Puerta juntos.
La criatura se detiene delante de las escaleras y alza la cabeza, observándome con una sonrisa nauseabunda.
— ¿Cuáles son sus órdenes?
EL TERCER UMBRAL -PRÓLOGO-
Hace 1000 años, el Señor del Vacío fue desterrado de la faz de nuestro mundo. Durante casi 5000 años había sometido a la población de Qíridan, provocando que la especie humana se convirtiera en una especie esclava de las Criaturas del Vacío, venidas de un lugar más allá de las estrellas, más allá del plano de la realidad existente. Las leyendas cuentas que eran seres repugnantes, seres capaces de provocar la peor de las pesadillas. Seres que se alimentaban de la sangre humana.
La humanidad, casi de inmediato, se esforzó por oponerse al yugo ejercido por el peor de los males a los que jamás se había enfrentado. La resistencia de nuestra especie fue durante milenios heroica, enconada y lamentablemente, fútil. Millones fueron los hombres y mujeres que perecieron a manos de los secuaces del Señor. No obstante, aprendimos a escondernos, organizamos redes de espías en las ciudades bajo el dominio enemigo, creamos ciudades enteras subterráneas y poco a poco, con suma paciencia, plantamos la semilla de la rebelión. Hace 1400 años comenzó la llamada Guerra por la Humanidad. Hace 1000 años, vencimos y nos libramos de la bestia. Hace 1000 años, recuperamos el control de la que había sido nuestra tierra. Y sin embargo, en estos 1000 años, no hemos aprendido nada.
Mil años de guerras entre imperios y reinos que nacían y morían con las estaciones. Mil años de caos y destrucción. Parece que cuando la humanidad no tiene a un enemigo común, ya se encarga de encontrar en sí misma una nueva amenaza a la que hacer frente. Y en los primeros años del Segundo Milenio, nací yo, el cuarto hijo de una familia noble empobrecida, que tuvo que enviarlo desde una temprana edad a servir en la corte del rey Relfvan II, como paje de uno de los caballeros reales. La oportunidad fue única en su momento y mi familia la aceptó encantada. Durante catorce años he servido a mi señor, Jareks Luthen y hoy, el octavo día del mes Emediara, me convertiré por fin en caballero. Yo, Toben Scilga, por fin podré empezar a restaurar el honor de mi casa y juro ante los doce dioses que jamás descansaré hasta que mi apellido resuene en los ecos de la historia.
Morí. Lo sé. Recuerdo con total exactitud el momento en que el desconocido alzó el arma y me apuntó con una mano temblorosa mientras con la otra estirada exigía que le entregara el teléfono móvil. Quizá fue porque tardé demasiado, quizá era inevitable, pero lo cierto es que de un modo u otro, apretó el gatillo. No alcancé a escuchar la detonación: la bala ya se había incrustado en el interior de mi cráneo, perforando hueso y carne. Acabando con mi vida, poniendo punto y final a mi existencia.
O eso es lo que debería haber pasado. Nunca he sido una persona religiosa, por ello, creí que una vez me alcanzara la muerte solo me esperaría una oscuridad infinita, un sueño eterno… Sin embargo, muy por el contrario, soy consciente de mí mismo. Puedo pensar y sentir a pesar de haber perdido mi cuerpo. Es probable que me halle en una especie de limbo. ¿Es aquí a donde van a parar los no creyentes? ¿Es este el destino que me espera durante el resto de mi existencia? ¿Por qué habría de…?
Ah… Una luz tan radiante como el propio sol me alcanza y todo se vuelve confuso.
¿D-Dónde estoy? Abro los ojos muy lentamente, tratando de acostumbrar mi visión a la penumbra de la estancia en la que me encuentro. Al cabo de unos segundos, los contornos empiezan a tomar formas definidas y soy consciente de la inmensidad de la sala en la que me hallo: columnas del tamaño de rascacielos, talladas por los más exquisitos escultores, se alzan hasta alcanzar los techos decorados con unos frescos oscuros y de escenas terribles pero de una mórbida belleza. Tapetes de finos hilos dorados centellean en las paredes, mostrando escenas tan macabras como las pintadas en el techo. Finalmente, una alfombra kilométrica de color granate se extiende desde mis pies hasta lo que parece ser la entrada al lugar, situada a cientos de metros en la distancia.
¿Hay alguien ahí? Inquiero, o al menos trato inquirir, porque lo único que sale de mi garganta es un rugido estridente y desagradable. ¿Hola? ¡¿Alguien me escucha?! Otro rugido carente de significado.
Con la frustración a flor de piel, me pongo en pie. Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo alto que era y tampoco de que mi piel fuese… ¿gris? ¿Gris y llena de cicatrices? M-Mi cuerpo… Suelto una risita ahogada. Ya no sé si reír o llorar. Cientos de cicatrices surcan la piel de mis manos y brazos, unas manos inmensas, de largos dedos huesudos y unos brazos fuertes como robles. ¡Pero si en mi vida he ido al gimnasio! ¿Cómo es posible? ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? Trato de recuperar el aliento al tiempo que intento ordenar los pensamientos desde que recuperé la consciencia. Morí en la Tierra y ahora estoy vivo aquí. ¿He reencarnado? ¿Es eso? ¿Soy una especie de aventurero o de héroe? ¿Me han otorgado una segunda oportunidad? Salgo corriendo en busca de un espejo. En este maldito palacio debe de haber uno colgado en algún lugar.
Tras internarme por una serie de corredores y subir un tramo de escaleras, llego a lo que parecen ser los aposentos de los sirvientes, por lo adusto de los mismos. Sin embargo, el pequeño espejo que yace sobre una mesita es más que suficiente. Me apresuro a cogerlo y ver el nuevo rostro que de ahora en adelante me acompañará. ¿Piel gris? ¿Soy un elfo oscuro, como en los juegos de fantasía? Alzo el espejo y este refleja mi imagen. ¡No! ¡No, no, no! ¡¡NO!! Un rostro de pesadilla, propio de la más terrible película de horror es lo único que veo. Paso mis manos por el rostro lleno de arrugas, con unos ojos saltones inyectados en sangre y una boca plagada de colmillos afilados como cuchillas. ¡Soy un monstruo! ¡Soy un jodido monstruo! Noto como el corazón me martillea el pecho y un sudor frío emerge de entre los poros de mi nueva piel reseca. Esto no me puede estar pasando a mí, debe de ser un sueño. Sí, eso es. Solo un sueño. ¡Es imposible que un ser tan espantoso exista! ¡Y mucho menos que ese ser sea yo! Coloco el espejito en su lugar y desando mis pasos, hasta volver al salón en el que desperté. Me siento sobre el inmenso trono de piedra imponente que preside el salón. Durante unos minutos, permanezco en silencio, pensando en toda clase de teorías y posibilidades.
Es entonces cuando escucho un rumor en la distancia. Al principio no le doy importancia, creyendo que se tratan de imaginaciones mías. No obstante, al cabo de unos minutos el sonido se vuelve a repetir, esta vez más cerca, resonando en las habitaciones colindantes al salón principal.
Ya está aquí. El sonido de unas pisadas renqueantes, incluso un tanto fangosas, se escucha con total claridad. Atisbo una figura en la entrada de uno de los corredores más cercanos al trono. Al principio no distingo bien de qué se trata, aunque me da la impresión de que es un ser humano, por su silueta antropomórfica. No obstante, pronto mis suposiciones caen en saco roto. El ser abandona el umbral de la puerta para aproximarse al centro de la sala. Es entonces cuando dejo escapar un grito de puro pánico. Mis manos se aferran con fuerza a los brazos de la silla y contraigo mi cuerpo todo lo que me es posible ante la visión de la bestia inmunda que se acerca cojeando hacia mí.
¡Atrás, ser de pesadilla! Intento gritar, en vano. La cosa sigue avanzando inexorablemente. ¡Aléjate de mí! ¡Vete!
— Mi señor, soy yo. Kalkeravak.
— ¿C-Cómo?
— Después de tantos siglos, es un placer volver a encontrarme con vos. Espero que esta vez logremos defender La Tercera Puerta juntos.
La criatura se detiene delante de las escaleras y alza la cabeza, observándome con una sonrisa nauseabunda.
— ¿Cuáles son sus órdenes?
Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano
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